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Día Mundial del Sida: ¿por qué después de tantos años todavía no tenemos una vacuna?

Todavía no podemos incluir a una vacuna contra el VIH entre la lista de éxitos científicos y de salud

Las vacunas salvan vidas y es algo que hemos visto que es cierto en la pandemia en la que vivimos, pero en realidad la humanidad lo sabe desde hace décadas.

Con las vacunas erradicamos a la viruela de la faz de la Tierra y también logramos que la poliomielitis, una enfermedad infantil con terribles secuelas, ya no sea común como fue a mediados de siglo XX.

La lista de vacunas con las que contamos es larga: sarampión, rubéola, tétanos, tosferina, hepatitis, influenza, y por supuesto ahora covid-19. Pero entre ellas no encontramos ninguna que pueda prevenir el sida.

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Esta enfermedad con la que el mundo se enfrentó en la década de los 1980, y que también desató una pandemia y tuvo que modificar algunas de nuestras costumbres, pues como sabemos se transmite por vía sexual, aunque ahora sabemos que no es la única forma de contagio del VIH.

¿Por qué con el covid-19 tuvimos vacunas antes de un año de iniciada la pandemia y con el sida han pasado más de tres décadas y no lo hemos logrado?

Cobertura azucarada y peligrosa

Para empezar este retraso en obtener una vacuna efectiva contra el sida, no quiere decir que no haya muchos grupos de científicos trabajando en ella en el mundo. Tampoco quiere decir que no haya presupuestos públicos o privados dedicados a eso.

En realidad la dificultad estriba en el propio virus que la causa: el virus de la inmunodeficiencia humana, VIH, tiene ciertas particularidades que han complicado el desarrollo de una vacuna efectiva.

El VIH comparte con los coronavirus que son virus con envoltura vírica: una especie de membrana que protege el material genético, que para el VIH y para el SARS-CoV-2, es ARN.

Estas envolturas víricas, que están formadas por proteínas, también cumplen la función de ayudar al virus a unirse a las células que van a infectar. En el caso del SARS-CoV-2 las proteínas espiga hacen ese trabajo.

Por eso, muchas vacunas contra el covid-19 se enfocaron en hacer que nuestro cuerpo produzca esas proteínas espiga, para que el sistema inmune las reconozca y ataque, ayudando a neutralizar el virus.

Sin embargo las proteínas del VIH son mucho más esquivas: son un tipo de glicoproteínas, es decir que contiene unidades de azúcares también. Y el VIH ha evolucionado de tal forma que esas glicoproteínas pasan desapercibidas para el sistema inmune.

Mutaciones a la orden del día

Seamos sinceros: ya hemos llegado a un punto de hartazgo con los anuncios de nuevas variantes del SARS-CoV-2, de las que conocemos cada par de meses. Pero realmente podría ser peor. Y lo es con el VIH.

La variabilidad genética de este virus es tan grande que dentro de un mismo paciente contagiado, pueden coexistir diferentes variantes: incluso se ha observado que dentro de una misma célula puede haber dos variedades diferentes. Más la que se acumulen.

Esto sucede porque el VIH es muy efectivo replicándose: una vez que infecta una célula no se detiene. Como en cada copia hay posibilidad de mutaciones, muchos eventos de copiado implican muchas posibilidades de mutación y la existencia de múltiples variantes.

Se sabe que nuestro organismo sí puede producir anticuerpos que intentan neutralizar al VIH, pero son muy específicos para el tipo de VIH que infecta. Y se vuelven obsoletos pronto, pues el virus sigue mutando dentro del cuerpo.

Esto sumado a que, el VIH infecta principalmente las células del sistema inmune como los linfocitos T y los macrófagos, cuya tarea es defendernos de las infecciones, hace que desarrollar una vacuna contra el sida, sea si no imposible, sí una tarea muy compleja. Pero sin duda estoy segura que en algún momento lo lograremos.

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