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Cine peruano: entre la identidad y la taquilla

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En el Perú, la producción cinematográfica se ha disparado. En la última década, la productora Tondero ha diseñado un modelo de hacer cine que la ha llevado a tener en su haber las películas más taquilleras de la historia de nuestro cine, con ¡Asu Mare! como punta de lanza. ¿El cine peruano goza de buena salud?

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Si solo vemos el cine en términos de taquilla, estamos formando una sociedad irreflexiva.
Rossana Díaz, directora de Viaje a Tombuctú. Hoy trabaja en Un mundo para Julius.

“Después de ¡Asu Mare!, hubo productores y publicistas que creyeron que se debía hacer solo películas de ese corte para tener éxito. Se implantó ese modelo y ya nadie confía en otro tipo de películas, esas otras que quizá sí generan identidad o que van más allá de la risa fácil. Si el primer fin de semana no haces un taquillazo, te sacan”, nos comenta Ricardo Velarde, director y guionista de La luz en el cerro, thriller peruano independiente que pasó un breve vía crucis en salas comerciales el año pasado.

Tras un auspicioso estreno en el Festival de Cine de Lima el 2016, donde la crítica alabó su ingeniosa realización -rodada en la localidad cusqueña de Marcapata y en celuloide- y sus logradas actuaciones -con Ramón García a la cabeza-, Velarde estrenó La luz en el cerro en la cartelera comercial. ‘Nos pusieron en un número muy reducido de salas y, a los tres días, ya nos sacaban de algunas. Nos cambiaban los horarios arbitrariamente, no pasaban nuestros tráileres y hasta pusieron El Exorcista en una sala donde debían poner nuestra película’, recuerda indignado Velarde.

Para entender esa indignación, retrocedamos un poco en la historia de La luz en el cerro. Tras escribir el guion del filme, Velarde comenzó a tocar puertas.

‘Los productores a los que les presentábamos la idea nos decían que no. Básicamente les parecía alocado rodar en el Cusco. Hasta que Natalie Hendrickx se arriesgó por nosotros. En adelante, la consigna era conseguir presupuesto. Fuimos a varias empresas a solicitar apoyo, postulamos a premios de la DAFO (Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios) cinco veces y hasta tuve que hacer algunas ventas y sacrificios personales para poder rodar. A diferencia del modelo comercial de hacer cine, donde las películas parten con todo el presupuesto incluso antes de tener un guion, el director independiente tiene que sacarse la mugre para conseguir plata. Yo invertí el dinero que venía ahorrando para la inicial de una casa’.

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Sin embargo, no se arrepiente. ‘Cuando la gente vio la película por primera vez en el Festival de Lima, y llegaron las buenas críticas, las felicitaciones, y los elogios, sentimos que todo había valido la pena’.

Inversionistas para Julius Otra incansable del mundo del cine independiente es Rossana Díaz Costa, que incluso distribuyó ella misma su ópera prima, Viaje a Tombuctú (2013). ‘Trabajé siete años en esa película sin ganar un sol. Ya cuando se estrenó me cobré de la taquilla mi sueldo de guionista, directora y, bueno, el de productora nunca lo cobré (risas)’, cuenta.

Tras esa experiencia, Díaz Costa está al frente de un proyecto más ambicioso: llevar a la pantalla Un mundo para Julius, la gran novela de Bryce Echenique. Ya tiene los derechos de realización, la distribuidora (New Century Films) y un casting con Magaly Solier, el argentino Leonardo Sbaraglia y Fiorella de Ferrari a la cabeza. También una coproducción con Argentina, que le ha permitido ganar un premio del Estado argentino, que ha considerado a su película ‘de interés para toda Latinoamérica’. Pero aquí, una vez más, a diferencia del espectro Tondero, el proyecto se estrella contra la pared del financiamiento.

“Este es un proyecto caro y estamos en la faceta de reclutar inversionistas (interesados, escribir al correo rdiaz@tombuktufilms.com o ver www.tombuktufilms.com). Ojo, no son donaciones, aquí cada aportante firma un contrato con el que se aseguran una retribución”, nos dice. “Las empresas o personas naturales que quieran formar parte de este fondo de inversión serán retribuidas según diversos esquemas: publicidad, funciones de avant premiere, participación según el porcentaje invertido, créditos de productor, y aparición en la película, entre otros beneficios’.

Tanto Velarde como Díaz Costa coinciden en que falta una Ley de Cine que asegure un correcto apoyo a la producción nacional. ‘Hace falta que el Estado se dé cuenta de que la cara de un país es su cine. Muchos afuera no saben nada de nosotros porque no exportamos películas buenas. Son muy pocas las que llegan a festivales y tienen una vida fuera’, dice Rossana. ‘Si solo vemos el cine en términos de taquilla y se hacen películas que funcionen en el circuito local, estamos formando una sociedad irreflexiva, que no se piensa como peruana y que solo alaba películas que copian formatos foráneos’.

Velarde, es más duro: “No estamos haciendo las películas que necesitamos como país. Estamos acostumbrándonos a películas con actores que no tienen nada que mostrarle a la gente sobre su historia, su pasado y su identidad”.

Ante este panorama, Velarde no se rinde. Ahora, La luz en el cerro explora un circuito alternativo de proyecciones, lejos de la tiranía de las salas comerciales. Así, su película se vio en enero en el Centro Cultural de la PUCP e irá casi todos los días, hasta el 4 de marzo, en la sala Robles Godoy del Ministerio de Cultura (ver dafo.cultura.pe).

La función tiene que continuar.

DENUNCIAS ADICIONALES: Ambos realizadores coinciden que las empresas de salas de cine no firman contratos con los productores, lo cual les da la potestad de, prácticamente, hacer lo que quieren.

Y, además de no pasar sus trailers y sacarlos de cartelera pasado el primer fin de semana, les cobran un impuesto. Sí, les cobran un monto por el derecho de utilizar sus proyectores. “Nos cobran entre 800 y 850 dólares por cada dos semanas de exhibición de la película en cada una de sus salas”, nos cuenta Velarde. O sea, si una película logra mantenerse por lo menos dos semanas en cartelera, y se exhibe en por lo menos 10 salas, tendría que pagar 8 mil dólares.

¿Pero por qué cobran este monto las salas? Pues, en teoría, para costear el cambio de los proyectores análogos (de celuloide) a los digitales. Sin embargo, hay salas que nacieron digitales, es decir, nunca tuvieron proyectores de 35 mm., y que aún así cobran este bendito impuesto.

Y pese a que las autoridades tienen conocimiento de este atropello, no se ha tomado acción alguna.

Por: José Barreto.

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