Por: Ricardo Hinojosa Lizárraga
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‘Siempre es emocionante escuchar halagos de mis compañeros, como los que hace Fito o Charly, Gieco o Spinetta. Es un acto de nobleza de ellos hacia mí.’, responde este hombre de 68 años cuando se le menciona que Fito Páez, alguna vez, aseguró que él ‘inventó la forma de la canción popular contemporánea en castellano, nada más y nada menos.’. Y es que este hombre que se acerca melodiosa y jovialmente a su sétima década de vida se convirtió, hace 50 años, en el fundador del rock argentino y en uno de los patriarcas por derecho del rock en nuestro idioma, gracias a La Balsa, la canción que compusiera junto al legendario Tanguito, en el baño de La perla del Once, en Buenos Aires, en 1967 y que la revista Rolling Stone considera el mejor tema de rock argentino de todos los tiempos. Desde entonces, recorrió un largo camino en el que alcanzó el éxito con Los Gatos -gracias a otros temas como Viento, dile a la lluvia, Ayer nomás, El rey lloró o Chica del paraguas-, lanzó con éxito una carrera solista -de la que se recuerdan canciones como Solo se trata de vivir o Quien quiere oír, que oiga-, conoció las penas del exilio en México, se convirtió en productor y gozó el privilegio de colaboraciones junto a otros grandes, de distintos géneros, como El Polaco Goyeneche, Ernesto Cadícamo, Facundo Cabral o Andrés Calamaro. Hace unos meses, sobrevivió a un infarto y a una operación al corazón. Este 3 de setiembre toca por primera vez en Lima. Con ustedes, la voz y el pensamiento de Litto Nebbia.
Es famosa aquella línea de una canción suya que dice ‘Si algo ha cambiado eso es nosotros’. ¿Qué cosas han cambiado en su vida tras la operación al corazón que tuvo a inicios de año? ¿Lo ha sentido quizás, como un nuevo comienzo, una nueva oportunidad?
Mi vida ha cambiado y cambia constantemente por una cuestión del crecimiento natural, experiencia y evolución. Una operación al corazón es un trámite físico necesario en algunos momentos, pero lo conceptual de la vida de uno sigue siendo siempre lo mismo.
Usted llegó a la música para cumplir un sueño, para hallarse en su vocación natural. Hoy, más de 50 años después, ¿cómo se siente frente al lugar que ocupa en la historia del rock argentino y latinoamericano en general?
Aquellos tiempos tenían las ganas naturales de hacer lo que uno soñaba, de atreverse a vivir de una manera distinta a lo que proponía el molde de las grandes sociedades. Lo que ha sucedido, finalmente, ha sido una cuestión de educación y destino.
¿Cuál es el primer contacto con la música que recuerda?
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Unas horas antes de nacer, con mis padres en un cine viendo una película italiana donde el tenor Tito Schipa canta la canción operística ‘Mamma’.
Muchos vemos hoy, en retrospectiva, los primeros años del rock en esta parte del mundo como una época muy mitificada, muy en blanco y negro. Para los que hubiéramos querido estar ahí, ¿Usted recuerda cuál era la principal sensación que se sentía? ¿Cómo era el día a día de músicos de 16, 18, 20 años en aquel entonces, buscándose la vida?
Ricardo, en esos tiempos nacía la idea firme de ser fiel a uno mismo, de expresarse con el arte. Pero nadie actuaba de esta manera esperando una recompensa material. Era solo transcurrir la vida fiel a tus ideas. La sociedad más ortodoxa, lógicamente, estaba en contra de muchas de estas posturas y también de la música y la poesía.
¿Cuál es el lugar más justo para La balsa en la historia del rock en castellano?
Es la primera canción que logra ser un éxito, de alguna manera, internacional. Más allá de la calidad de su letra y música, creo que es un tema importante por su interpretación. No suena a ningún tema norteamericano ni sajón, es bien argentino. En aquel momento significó, además, una nueva sonoridad para la música joven, una manera de cantar distinta y hasta una letra con metáforas que no habían sido usadas.
¿Por qué cree que tantos años después es considerada por muchos la mejor canción del rock argentino?
Desde que apareció y vendimos casi 300 mil discos, se fue propagando por todo el mundo hispanoparlante. Hoy día deben existir más de 300 versiones grabadas por otros artistas internacionalmente, en los más diversos ritmos y formas. Se ha ido transmitiendo de generación en generación.
«Naufragar es quemar los días, charlar incansablemente en un café, salir de la rutina, quebrar las barreras del tiempo», explicó usted hace unos años, sobre la letra de esa canción. ¿Cómo cree que ‘naufragan’ los jóvenes argentinos o latinoamericanos hoy, tantas generaciones después?
Naufragar era quedarse pensando como ‘cambiar al mundo’, no por la ambición en sí misma de trastocar todo, sino para poder, uno con su pasión, estar incluido. Siempre habrá una manera de ‘naufragio’ para las nuevas generaciones. Desde ya encontrarse con amigos, compartir el arte, el cine o la literatura es ‘naufragar’.
Los primeros temas con Los Gatos y con su primer disco solista eran de una temática muy alegre y, de alguna manera, denotaban un alma inocente. ¿Cuánto se ha perdido y cuánto se mantiene en usted de aquella inocencia?
Por ser pioneros en esto, muchas canciones quedaron tildadas por algunos como ‘canciones de amor’. Esto siempre me hizo mucha gracia. Era como si uno, a cambio, pudiera escribir ‘canciones de guerra’. Sin embargo para citar algún comentario de un manojo de esas canciones, diré que ‘Ya no quiero soñar’ habla de la frustración del trabajador que llega cansado a su hogar a ‘soñar’. ‘El rey lloró’ habla de la injusticia social en cualquier época. ‘Ríete’ nos habla del posible holocausto por un mundo controvertido. ‘Viento, dile a la lluvia’ es una metáfora sobre la libertad, escrita de esa manera para que los militares no la prohibieran y acusaran de subversiva. ‘Reflexiones sobre un hombre singular’ es una crónica del hombre solitario por las calles duras de la ciudad. Me parece que, más allá de la transparencia adolescente, todas estas canciones hablaban de una persona que ha transitado mucho por su edad. No olvidemos que escribí esas canciones entre mis 15 a 18 años.
¿Qué lo hace sentir inspirado hoy en día?
Pasan tantas cosas en el mundo de hoy, que es casi imposible no escribir algo (risas).
¿Cuáles son los recuerdos más duros de la época de la dictadura, lo que lo lleva al exilio en México? Leí que, incluso, nunca supo por qué prohibieron sus canciones.
Me fui de Argentina al terminar el Mundial de Fútbol de 1978. Ya hacía más de un año que estaba prohibido, no pasaban mis discos por radio, no podía salir por televisión y así. Vivía perseguido y muy nervioso. Vendí un par de teclados que me quedaban y compré un pasaje para irme. Me bajé en México como lo podría haber hecho en cualquier otro lugar. Solo quería ir a un sitio donde pudiera seguir haciendo mis canciones. Muchos me decían ‘Andate para los Estados Unidos, que allí seguro conseguís chamba para hacer música de películas…’ Por suerte bajé en México, donde me ayudaron mucho grandes amigos que tengo hasta hoy. Permanecí allí casi cuatro años.
¿Cómo fue labrarse un nombre nuevamente en el México de fines de los 70, donde el panorama musical ya empezaba a verse dominado por las estrellas prefabricadas de Televisa?
Cuando llegué no me conocía nadie. Esa cosa que casi siempre pasó por América Latina, donde estamos al día sobre los discos más populares que salen de Estados Unidos o Europa, pero no sabemos lo que se toca en los países hermanos. Ahora con Internet, quizá eso haya cambiado un poco. Comencé dando recitales de piano en algunas universidades y así, de a poco, me fui reconstruyendo.
¿Qué recuerdos tiene de su relación con artistas como El polaco Goyeneche, Domingo Cura o Enrique Cadícamo? ¿Cómo alguien que viene del rock, quizás con otra idiosincrasia -además de ser mucho más joven- logra un vínculo tan aparentemente inédito con hombres de tango, de folklore? ¿Qué descubrió en común?
Desde mi adolescencia era admirador de grandes del tango o el folklore, pero por esa cuestión de prejuicios que abundan entre los géneros y las generaciones, nunca se había dado la relación. Hay que reconocer que todo esto que hoy día se da en forma más natural, eso de fusionar el rock con elementos del folklore o el tango, siempre fue motivado por gente del rock, por tener una mentalidad más abierta. Finalmente logré obtener la confianza de grandes artistas. Al inicio había mucha contra. Los rockeros decían que los había ‘traicionado’ y los tangueros decían que no era del tango (risas). Viví y aprendí mucho. Imaginate Ricardo, que salíamos a comer con Enrique Cadícamo. Yo estaba por cumplir 50 años y él iba a cumplir 100, con una lucidez increíble. Tenía un amigo con el doble de mi edad.
Otro grande con el que estuvo fue Antonio Carlos Jobim, ¿Qué recuerda de aquella experiencia?
Muy emocionante. Era un ser con una humildad increíble. Lo conocí a mis 20 años en Rio de Janeiro y estuve con él luego, poco antes de que falleciera, mostrándole el tributo que estábamos haciendo con otros músicos sobre su obra, el disco ‘Love Jobim’. Adoro la música popular brasilera y estuve con muchos de ellos: Hermeto Pascoal, Milton Nascimento, Elis Regina, Roberto Menescal, Mauricio Einhorn y otros…
Esta es una pregunta en nombre de muchos seguidores suyos: ¿Por qué demoró tanto en venir al Perú? Usted tiene una conexión con nuestro país, considerando que tocó con Lucho Gonzales y grabó en 1987 el disco Musiqueros, que es una joya. Ahí tocaron La flor de la canela, de Chabuca Granda, con quien tocó Gonzales antes.
Estuvimos a punto de ir con este trío (el que grabó Musiqueros, junto a Bernardo Baraj) durante esa época a un lugar medio de jazz que se llamaba Satchmo, pero un par de semanas antes de salir, sus dueños se enemistaron y suspendieron toda la actividad. Por cierto, conozco muchas cosas de Perú, he tocado marineras con Lucho, conozco a Los hijos del sol y otras cosas, pero nunca se dio que fuera. Tampoco he ido jamás a Ecuador y Colombia, donde me dicen que conocen mucho mis canciones. Es así este trabajo. He tocado en la Republica de Moldavia, he tocado en Londres, en Rusia, y recién este año pude volver a tocar en Uruguay, que son vecinos y hermanos nuestros pegaditos allá en el sur. A veces uno no va a determinado lugar por falta de contactos de producción o bien porque la vida te lleva para otro lado.
El título de Padre del rock argentino es justo y genuino. Incluso, Charly García ha dicho “sin Nebbia no hubiera existido Javier Martínez, ni Spinetta, ni yo”. Visto en esa perspectiva y pensando en músicos más jóvenes, ¿Quiénes serían sus hijos predilectos?
La mayoría de la música que se hace y divulga hoy en día por los grandes medios, me parece de mal gusto y con poca profundidad. Esto no es exclusivo de Argentina, sino que pasa internacionalmente. El negocio arrasó con todo. Por supuesto que, de todos modos, me gustan muchos artistas. De los rosarinos, Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Jorge Fandermole, por citar algunos. El mismo Fito, claro, también Calamaro. Algunas bandas y artistas nuevos, que están dentro de la onda sesentera, si bien escriben su propia música: Los reyes del falsete o La perla irregular, Leo García, Gonzalo Aloras, Los Mersey Mustards y tantos otros….
No puedo terminar la entrevista sin preguntarle cómo ve a Argentina hoy. La situación económica ante el nuevo gobierno, la cosa oscura del poder y la política que se mueve constantemente. Incluso, hasta las derrotas en el fútbol pueden dolerle mucho a la gente y dejar huellas en el estado de ánimo social. ¿Cómo siente usted todo esto?
Vivo muy preocupado por el acontecer político y económico. Se vive una suerte de polémica diaria, algo que divide. Para mí toda esa discusión solo retrasa al país y trato de no meterme. El tema económico es bien preocupante, especialmente para las clases más populares. Ojalá pronto se vaya solucionando esta situación. Se vive en un mundo convulsionado, donde la economía siempre es uno de los factores que altera la estabilidad.
El dato
Litto Nebbia toca por primera vez en Lima el sábado 3 de setiembre, en el Teatro Peruano Japonés. Tendrá como invitados a Juan Luis Pereira, de El Polen, y Tavo Castillo, de Frágil. Además, el guitarrista Christian Van Lacke lo acompañará casi todo el concierto.
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