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De vuelta al cole [OPINIÓN]

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Hay algo profundamente conmovedor en Freaks and Geeks, la serie creada por Paul Feig y producida por Judd Apatow en 1999. Lástima que los ejecutivos de NBC no lo notaran y decidieran cancelarla luego de transmitir 12 capítulos. Aunque tal vez fuera un buen augurio, porque los freaks y los geeks del William McKinley High School terminaron convertidos en personajes de culto por todas esas razones que casi siempre pasan desapercibidas para los ejecutivos. 16 años después Netflix decidió apoderarse de ellos y se agradece el gesto.

Ambientada en un pueblo inventado llamado Chippewa -una suerte de suburbio de Detroit-, Freaks and Geeks sigue los pasos de Lindsay Weir (Linda Cardellini), una adolescente de 16 años que, a pesar de su sobresaliente rendimiento académico, no parece encajar en ninguna parte y se la pasa rebotando entre dos grupos de outsiders: los renegados y los nerds.

El primero está compuesto por cuatro fumones con pésimas calificaciones que prefieren matar el rato en el patio hablando de The Who o Led Zeppelin antes que asistir a clases. No son chicos malos ni tan tontos como creen (aunque esto último no queda del todo claro), pero sí que se esfuerzan en serlo. Lo importante es que juntos se mantienen a salvo de la estupidez mayor: el estudiante promedio del high school gringo, léase el deportista blanco, la porrista blanca y el bully blanco. Otro punto a su favor, además de ser siempre una excelente alternativa para el dolce far niente, es estar liderados por el chico más cool de Michigan: Daniel Desario, interpretado por un James Franco flaquísimo que parece un James Dean ochentero después de fumarse demasiados porros. Freaks and Geeks no solo fue la primera pasarela que pisó James Franco, también fue ahí que hicieron sus pininos Jason Segel y Seth Rogen, otro grupo que se mantuvo unido, junto con Apatow.

Los geeks, en cambio, son tres personajes entrañables con los que uno quisiera pasar todas las tardes de la vida. Sam Weir (John Francis Daley), el hermano menor de Lindsay, un flacuchento de 14 años que parece de 11 excepto cuando imita a Steve Martin; Neal Schweiber (Samm Levine), un chiquiviejo que parece tener todo resuelto y solo estar haciendo tiempo antes de convertirse en otro exitoso doctor judío con extraordinario humor judío; y Bill Haverchuck (Martin Starr), quien, detrás de sus grandes anteojos de botella y esa estúpida expresión que logra al entreabrir la boca, solo esconde la sabiduría que brota en los verdaderos marginados. Los tres sobreviven a los golpes e insultos (y hasta sortean la muerte: Bill, por culpa de unos maníes que le puso en su sánguche el bully más pavo de la escuela) armados del escudo más poderoso: su mundo propio. Nada puede destruirlos cuando pueden refugiarse en Atari, Star Wars, Dallas, Calabozos y Dragones y, de vez en cuando, alguno que otro amor platónico o breve romance.

Meticulosamente ambientada en 1980 (la música -Bad Reputation de Joan Jett es el tema de inicio-, la ropa, las sábanas de Star Wars, la madera invadiendo cada espacio de la casa), Freaks and Geeks logra explorar el dolor adolescente, el rechazo, la intimidación y todos esas horribles e hirientes normas sociales que alguna vez debimos aprender sin que nadie nos diera pistas para ello. Y lo hace sin sentimentalismos, aunque con mirada compasiva: cada personaje es cuidadosamente observado y las relaciones interpersonales son el eje de la historia. Al final, eso hace que otra serie sobre la secundaria logre conmovernos mucho más que otras producciones televisivas de mayores pretensiones. Voy a extrañar ese colegio.

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