Por: Verónica Klingenberger
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1. La Semana del Chilcano se celebra con merecida dedicación en una playa golpeada por campanazos arenosos y malaguas, allá por el kilómetro 123. El sol asoma detrás de un tul de niebla incapaz de desanimar el vehemente alcoholismo limeño de verano. Alguien ríe como hiena en la sombrilla de al lado, mientras un frisbi da círculos en el cielo esquivando una y otra vez a los dos lanzadores que intentan alcanzarlo sosteniendo una lata de cerveza llena con la otra mano. Es enero en Lima, y al menos por dos días, todos nos sentimos un poco más libres sobre la arena, arrullados por un mar decidido a empapar toallas y tragarse rastrillos y baldes olvidados en la orilla. Esa misma noche, minutos antes de que dieran las 12, un hombre de 42 años y ojos desorbitados recreó -con la intensidad del caso y alguno que otro efecto especial- la escena de un crimen pasional que terminaba con un corazón roto, intoxicado en ese mismo instante a solo unos metros. Aturdidos por la historia, las oyentes (más conocidas como el Comando LR), ahora cómplices, invitaron al narrador de turno a retirarse al dar la medianoche. Aquella madrugada soñaron con imágenes que no recordarían. Solo un niño de cuatro años pudo ver todos los planetas desde la Luna.
2. Inventario de especies vistas en 48 horas: tres malaguas (una agonizante), dos delfines, un número indeterminado de gaviotas, dos patillos (uno empollaba a sus futuros descendientes), una docena de cangrejos, un par de moscas y tres lagartijas.
3. El comando LR se interna sobre un conjunto de peñas empinadas en forma de península. Es sábado, y su misión – como siempre- se mantiene en riguroso secreto aun cuando los torpes movimientos de sus integrantes sean una característica destacable. El Comando LR es conocido por fallar en cada una de sus tareas. La memoria hace agua casi siempre en el hueco cerebro de sus miembros, afectado por el alcohol, el exceso de calorías del piqueo de turno y alguna que otra sustancia incatalogable. Hay algo común en ellas -sus miembros son todas mujeres-, una forma de pensar y actuar que es compartida naturalmente. Si alguien tuviera que explicarlo de la manera más simple posible, podría aseverar sin temor a equivocarse que el Comando LR es presa de una estupidez imposible de medir, una imbecilidad tal, que actúa como transmisor inmediato a un espasmo feliz y simple, expresado casi siempre por la risotada fácil de sus integrantes, solo apaciguada por el tarareo incomprensible de una canción como de cuna pero con toques terroríficos.
4. Inventario de personas que caminan por la orilla en un lapso de 48 segundos: un hombre de unos 50 años con la piel y las zapatillas de una blancura desmedida. Algunos observadores aseguran que esconde un mouse en la mano y que se trataría del primer intento deportivo de un ingeniero de sistemas. Cuatro adolescentes demasiado avergonzados como para levantar la vista de la arena. Un hombre de unos 65 años va al encuentro de una mujer de 50. Cruzan un par de palabras, sonríen y caminan juntos hacia el extremo opuesto. La mujer mueve los brazos de manera decidida. Una niña de dos años corre hacia el mar, cae y vuelve a levantarse. Levanta los brazos y grita: ¡muimuy! Un niño de cuatro corre en dirección contraria, da un salto y aterriza con la cabeza sobre la arena seca. Se levanta, escupe una pluma y exclama decidido: ‘Qué alegría’.