Mientras repara una máquina de escribir Underwood de 1930 para Tom Hanks, el italiano Ermanno Marzorati señala la enorme cantidad de trabajo que tiene en su taller en Beverly Hills y concluye que asiste al nacimiento de una nueva tendencia: la recuperación de la lentitud.
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Marzorati ha restaurado las máquinas de escritores como Ian Fleming, Tennesse Williams, Jack London, Ray Bradbury, Ernest Hemingway y Orson Welles; además de celebridades del espectáculo como Julie Andrews, Greta Garbo y John Lennon, relata, mostrando las fotografías de sus obras maestras.
“Aquí Welles escribió ‘Ciudadano Kane’”, detalla, indicando una Underwood naranja de 1926. “Estaba destruida cuando la recibí”.
Steve Soboroff, el dueño de esa millonaria colección, dice a la AFP que “adora” la idea de que “los autores, los famosos, pasaran tanto tiempo en estas máquinas”.
“Son tan personales. Sólo hay una de ellas por cada celebridad”, agrega el mayor cliente de Marzorati, cuyo taller está atiborrado de viejas impresoras, máquinas de escribir y calculadoras mecánicas.
Los tuits de Tom Hanks
En los archiveros del escritorio de Marzorati, huérfano de computadoras, se acumulan órdenes de compra y facturas llenas de polvo y escritas a mano.
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Ocasionalmente, Tom Hanks tuitea fotos de las máquinas de su colección, recuperadas por el técnico milanés de 68 años, quien dedica a su cliente más estelar un anaquel donde ahora se acumulan doce nuevas adiciones del protagonista de “Forrest Gump”.
En total, el locuaz italiano tiene ahora unas 60 máquinas de escribir en espera, una cifra enorme respecto al volumen que manejaba hace tres años: “Tengo trabajo para seis meses”, dice con asombro.
“Los coleccionistas son la excepción. La mayoría de las máquinas que reparo son para clientes que las van a usar”, cuenta a la AFP Marzorati, quien vive en Los Ángeles desde 1969 y se dedica a este nicho de mercado desde 2003.
“Me parece que la gente comienza a hartarse de la tecnología, los iPhones, los aparatos electrónicos. Quieren volver a lo básico”, especula el técnico, quien para recuperar una máquina debe siempre destruir otra, de donde obtiene las piezas.
“Pa pa pa pa ¡ding!”
¿Pero por qué querría alguien forcejear con un teclado duro e incómodo, sin la posibilidad de borrar, guardar, copiar y pegar?
“Porque te obliga a ir despacio. Tienes que elegir las palabras con cuidado porque no puedes corregir. Toma mucho tiempo presionar una tecla”, dice Marzorati.
“Cuando escribes en una computadora hay muchas distracciones. Te llega un correo electrónico, tipeas una palabra, la borras, la cambias, te bloqueas”, agrega.
Coincide con él Christopher Lockett, quien ocasionalmente carga su Hermes Baby de 1950 en el morral y se va al Parque Griffith del barrio “hipster” de Los Ángeles, Los Feliz, a escribir al aire libre.
“No te saltan ventanas de chat, no puedes poner música…”, enumera. “Apago mi iPhone, saco mi máquina, no hago caso a los errores y escribo, pa pa pa pa ¡ding!”, cuenta, imitando la campana cuyo sonido los menores de 30 años tal vez desconozcan.
“Es básicamente como la bicicleta: es la alternativa a una manera más eficiente de hacer algo, es sobre disfrutar el camino”, dice.
No desaparecen, resucitan
“La máquina de escribir en el siglo XXI” (The Typewriter in the 21st Century) es el título del documental que Lockett realizó el año pasado, actualmente en exhibición en el circuito independiente de Los Ángeles.
“Pensé que si la máquina de escribir estaba desapareciendo, tomando en cuenta que es responsable de muchas grandes novelas del siglo XX, pues merecía una despedida adecuada”, dijo a la AFP este camarógrafo y documentalista independiente.
Pero cuando preparaba esta “despedida”, el cineasta se encontró con una sorpresa: las máquinas no sólo no estaban desapareciendo, sino que la tendencia a resucitarlas parece tomar fuerza.
Abundan los foros dedicados a coleccionistas y los blogueros “a la antigua”, que cuelgan sus textos escritos a máquina, escaneados, como nuevas entradas.
El artista Tim Youd ejecuta este mes en Nueva York una performance en la que reescribe una novela de Henry Miller con el mismo modelo que el escritor utilizaba; mientras la pintora Louise Marler en Los Ángeles realiza serigrafías donde da un valor icónico al viejo aparato devenido en objeto pop.
Además, el joven inventor Jack Zylkin creó un “hack” que permite conectar la vieja máquina de escribir, vía USB, a la pantalla de un iPad. El inquietante “transformer” tecnológico puede verse en su página web “USB Typewriter”.
“Nadie en la película dice que sean la única manera de trabajar”, señala Lockett, recordando que la máquina de escribir suele ser atacada con saña por los enemigos de la lentitud, a diferencia de las bicicletas, que curiosamente son tratadas con mayor simpatía.
“Solamente defendemos algo que todo el mundo está tirando a la basura”.