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Por Zoë MasseyFOTÓGRAFA
Recuerdo que de adolescente le tenía miedo a febrero, miedo a salir a la calle y terminar bombardeada con globos de agua y quizás harina, huevos y quién sabe qué más por el dichoso espíritu del carnaval. De hecho, cuando era chica, mi mamá solía llenar un balde de agua y globos y nos llevaba a mi mejor amiga y a mí a lanzarlos a la gente al paso. Yo, confieso nunca disfruté de eso de mojar a quien se iba al trabajo, a quien esperaba en el paradero o esa maldita costumbre que hoy entiendo como racismo: buscar empleadas domésticas para dejarlas empapadas. Yo me hacía la que tenía pésima puntería y lanzaba los globos adonde no mojaran. Ahora, si era entre amigos, ahí sí no parábamos hasta dejar al otro irreconocible, eso sí era un vacilón. Recuerdo que mi muy carnavalera madre no me dejó subir al carro una vez que dos amigos del barrio me dejaron hecha casi masa de panqueques entre huevos y harina.
Febrero ha llegado y hoy hay que cuidar el agua. Hoy los carnavales no tienen la fuerza de antes y cargan con una conciencia de desierto: hay que guardar agua, son millones los que no tenemos agua potable en casa. Piénsalo, dicen que se viene un Niño muy fuerte…
Hablando de agua, te recomiendo ir al cine a ver Frontera Azul, que finalmente ha llegado a salas comerciales. Dirigida por Jorge Carmona y Tito Köster, es un una película muy distinta a lo usual en el cine nacional. Es un viaje fotográfico que te lleva por Tahiti, la costa del Perú, África, Alaska… Te lleva por impresionantes olas de mar hasta ver a las ballenas jorobadas.
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En Frontera Azul, cinco historias van sucediendo en espacios distintos del planeta: la vida de un pescador en el Ártico que lucha por mantener con vida a su compañera; una pareja en Tahití que trata de seguir junta a pesar de sus diferencias; un hombre en los desiertos de África que es perseguido por la culpa; un joven en Indonesia que se reencuentra con su hermano tras la muerte de su padre; y un pescador en la costa del Perú que espera el amor en compañía de una perra llamada Mochica. Cada relato tiene como eje la presencia del mar, metáfora de vida y muerte. Pero el verdadero personaje principal de esta película es la naturaleza. Y eso es imperdible. A esto hay que sumarle no solo que es narrada en dialecto esquimal yupik, sino al personaje interpretado por Jonathan Gubbins -free surfer profesional y productor de la película-, que viaja en busca de una ola perfecta de Tahití, el mar de Indonesia y el misterio de la ola del Eskeleto en África. Mañana jueves es 14, y si vas a salir con tu chico o chica, anda al cine, disfruta de esta espectacular película peruana y, por favor, no le regales un globo metálico (en realidad es de plástico y cuando se escapa de tus manos termina en nuestro hermoso mar).
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