Por Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura – Arquitecto/Urbanista jorge@nomena-arquitectos.com
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Es un término que se ha puesto de moda. Resiliencia. Aplicado a las ciudades implica su capacidad de adaptarse y sobreponerse a los impactos que traen los cambios. Podemos buscar muchas definiciones o también ver las fotos de cómo la Pastelería San Antonio de Angamos ha convertido sus áreas de mesas en una bodega, justo en un barrio donde no existe una en un radio cuatro cuadras. Eso es resiliencia urbana.
No es que crea que sea una novedad que un negocio se adapte, pues debe haber pocos sectores más resilientes que el del comerciante peruano. Pero San Antonio es una de las cadenas de café más grandes y antiguas de Lima y, por tanto, sus buenas acciones pueden tener una gran repercusión en los demás.
Estoy seguro de que será algo temporal. No creo que los dueños hayan renunciado a la idea de volver a tener comensales en sus mesas. ¿Pero qué tan lejos estamos de volver a salir a comer algo o a tomar un café? Depende de cómo lo imaginemos. Los restaurantes, como todo lo demás, no volverán a la ‘normalidad’ en un buen tiempo. Pero pueden volver a una ‘nueva normalidad’.
Más de una vez he criticado la poca relación que tienen muchos cafés y restaurantes con sus entornos urbanos o, en todo caso, el poco uso que se la da a su potencial para transformarlos. Creo que mucho de esto tiene que ver con los requisitos de estacionamiento que rigen para los mismos, de forma estandarizada y sin importar su ubicación. Esto hace que normalmente el exterior de un restaurante sea una triste pequeña playa de estacionamientos, en lugar de alguna animada terraza abierta.
Como toda crisis es también una oportunidad, los restaurantes y municipios podrían utilizar el contexto actual para plantear soluciones temporales (que ojalá perduren) para permitir que los restaurantes comiencen a operar sin desacatar el aislamiento físico al que estaremos sometidos los próximos meses. Así, en lugar de obligarlos a funcionar al 50% de su capacidad de mesas (lo que podría quebrar a muchos) y aprovechando las restricciones en el uso de autos y la promoción de otros medios de transporte, los municipios deberían permitir que los restaurantes ocupen esas áreas de estacionamiento, que muchas veces están en los retiros, con mesas. O incluso, dependiendo del contexto, podrían permitir que los restaurantes ocupen parte de la calle.
Pienso, como siempre, en la Avenida La Mar de Miraflores. Ese ‘hub’ de restaurantes y cafés al que solo le falta un poco de visión urbana para convertirse en un verdadero boulevard gastronómico. ¿Se imaginan La Mar sin autos y sin estacionamientos en las bermas o retiros? En su lugar, los restaurantes funcionando al 100% de su capacidad, pero en el doble de espacio; con sus clientes distanciados. Un porcentaje en sus locales de siempre y el resto esparciéndose en la calle, diluyendo ese límite entre espacio público y propiedad privada que tan atractiva hace a las calles comerciales y gastronómicas más importantes de cualquier ciudad.
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