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Una docena de vecinas de Santa Anita empezó a estudiar sus primeras letras después de cumplir los 60 años. Ellas integran la promoción 2018 del CEBA Edelmira del Pando, del Minedu . En sus historias prima la superación, pero también las huellas de la exclusión y la prioridad de educar a los hijos. Este sábado se celebrará el Día Internacional de la Alfabetización.
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*1 ‘Ser pobre e ignorante es una vaina. Ahora ya sé escribir. Y ya no me van a decir analfabeta’. *
Perceveranda León muestra su diploma. Le cubre medio cuerpo. Lo recibió el mes pasado después de seis años de estudios de inicial, primaria y secundaria.
Su esposo no le tocó bueno: le gustaba mucho el trago y cuando descubrió que ella se escapaba ‘por ratitos’ para aprender a coser y tejer, en la iglesia cerca de parque Cánepa, después de atender a los hijos, de trabajar, de asistir a las asambleas del mercado, la golpeó arguyendo: ‘¿Y quién te dio la orden para que estudies?’. Cada vez que podía, le llamaba ‘ignorante’, ‘loca’.
‘Perce’ tiene 5 hijos, 17 nietos, 6 bisnietos y hace 26 años es viuda. Cuando cumplió los 78 años recién pudo pisar un colegio. Empezó a estudiar en el Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) Edelmira del Pando, en el distrito de Santa Anita.
Cuando era niña, allá en Huarochirí, se dedicó a ayudar a su mamá para criar a sus nueve hermanos.
En Vidas desiguales, Mujeres, relaciones de género y educación en el Perú (IEP, 2018), Ricardo Cuenca y Luciana Reátegui recuerdan que ‘las brechas educativas entre las mujeres urbanas e indígenas son persistentes e incluso aumentan, debido principalmente a dos razones: en primer lugar, las niñas y adolescentes, indígenas reemplazan a la madre en las tareas domésticas, y en segundo lugar, contribuyen con la familia en las faenas agrícolas’ (Pág. 200).
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Luego vino a Lima, a trabajar en una casa. Después, la adolescente empezó a vender chicha en La Victoria y se casó. Nacieron sus hijos y se preocupó de que no flaquearan en los estudios. ‘Si no, van a ser como yo, ignorante’, les decía. Y se rompió el lomo durante cuatro décadas como comerciante hasta que, a los 70 años, se cayó cargando un saco de arroz y se malogró la columna. Se jubiló a la fuerza.
Fue entonces que comenzó a visitar el Centro Integral de Atención al Adulto Mayor (CIAM) de Santa Anita, para practicar tai chi y yoga. Le preguntaron si quería estudiar la primaria. Era la pregunta que había esperado toda la vida. Dijo que sí.
2 En la pequeña sala-comedor, el televisor es compañero de Casilda Pucuhayla (de 70 años). Aún esta fresca la partida de su esposo, Cipriano Quispe, tarmeño como ella.
Casilda extrae con amor de un morral sus cuadernos. Su letra es envidiable. Estudiar siempre fue su materia pendiente.
Cuando era niña prefirió los animales, la chacra, que el colegio. Luego se casó muy jovencita y había obligaciones que aplazaron de nuevo los estudios.
Por 40 años se dedicó a vender comida en un puesto del mercado Surge. Ella y su esposo trabajaban juntos. Y se sumaban las tareas de la casa. (la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo, elaborada en el 2010 por el INEI, señala que las mujeres dedican a las actividades culinarias 13 horas y 43 minutos semanales; y los hombres, 4 horas. En el cuidado de los hijos -bebes, niños y adolescentes- ellas destinan 12 horas, y ellos, poco más de 5 minutos).
Casilda dejó de trabajar cuando su esposo sufrió un infarto. Sus hijos le pidieron que se dedicara a cuidarlo (la misma encuesta señala que las mujeres dedican al cuidado de integrantes del hogar 16 horas con 47 minutos semanales; los hombres, cerca de la mitad).
Por las tardes iba a hacer ejercicios en el CIAM, donde le propusieron estudiar. ‘¡Anótame!, dijo sin dudar. ‘Yo no sabía nada, entré desde cero, a diferencia de otras compañeras, pero me antojaba lo que leían en los periódicos, lo que leían en la Biblia en la misa y quería llenar crucigramas’. Cipriano, su esposo, la animó.
Ella siente que ha cambiado mucho. ‘Cuando no iba al colegio tenía mucho miedo de salir, de hablar. Antes tampoco me cambiaba de ropa. Cuando iba a estudiar, ya salía cambiada’.
Sus cursos favoritos fueron pintura y matemáticas. En esta última fue la primera alumna. Aunque no sabía escribir, sus 40 años de comerciante le dieron agilidad mental para sumar y restar.
Y cada día hace lo que tanto soñó toda una vida: se compra el diario, lo lee completamente y se sienta a resolver los crucigramas.
Al vacío dejado por Cipriano se suman sus tardes libres, ahora que ya acabó el colegio. Extraña a sus compañeras. Extraña estudiar. El director del CEBA busca una alianza con una universidad para que ellas cursen dos años más.
3 Con 65 años, Jovita Benites fue la reina del salón y la más joven de su promoción.
La primera vez que fue dirigente de la asociación de vivienda 23 de Setiembre se sintió discriminada por los otros integrantes de la junta directiva porque no sabía leer ni escribir. Hidalga, renunció.
La han elegido ahora secretaria y la historia es 180 grados a la inversa. Va a la notaría, a los Registros Públicos. Su certificado de estudios la ha empoderado. Además, ya tiene DNI y firma (por años, utilizó una libreta electoral en la que solo consignó su huella digital).
Había tenido graves problemas con la memoria y llegó al CIAM buscando un taller para luchar contra el olvido. Ahí fue que la convencieron de que la mejor medicina era el estudio.
Jovita ya tenía nociones de números porque se ejercitaba practicando sumas y restas, ‘para que mis hijos no digan que tengo mucha ignorancia’.
De niña, en Áncash, vivió con su abuelita y solo pudo hace primer y segundo grado. La enviaron a Lima, a casa de unos tíos, pero solo querían que trabajara en la casa. Se independizó y siguió trabajando. Luego se casó y tuvo cuatro hijos. Se dedicó a las labores caseras.
‘Y para mí era triste porque siempre quería estudiar, y me dolía mucho no poder hacerlo. Me dediqué a mis hijos porque no quería que fueran como yo’.
Cuando enviudó, se dedicó a trabajar de miloficios para sacar adelante a la prole. Ellos ingresaron a San Marcos y a la UNI. ‘Sentí que lo que no pude conseguir, lo estaba consiguiendo con ellos’, recalca.
En clases empezaron a gustarle mucho la historia y la arqueología. Confiesa que ha aprendido a amar el Perú. Y es una admiradora de María Reiche, la estudiosa de las Líneas de Nasca.
Ahora deshoja margaritas. No sabe si estudiar nutrición o administración. La primera, dice, le serviría tanto para el restaurante que tiene con su hijo como para guiar a sus vecinos.
Dato
-9,207 adultos mayores estudian en 836 Centros de Educación Básica Alternativa (CEBA) públicos en el país.
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