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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPERIODISTA@vklingenberger
Dos señores conversan. Uno de ellos es dueño de un consorcio educativo aunque todos vimos como plagió su tesis universitaria, ha sido congresista y alcalde de una importante ciudad y fue acusado por su propia esposa por lavado de activos. En el 2011 la Fiscalía ordenó un peritaje a las cuentas de sus universidades.
Un año después fue multado por la ONPE con más de 9 millones de soles porque su partido recibió aportes 10 veces mayores al límite permitido por la ley. ¿El aportante? Una de sus universidades. También se le ha visto en un video, proponiéndole a miembros de su partido ‘comprar votos’ para ser reelegido como alcalde de Trujillo, ha usado fondos públicos para lavar su imagen, etc.
El otro es el máximo financista del partido con mayor representación en el Congreso, ha sido congresista, cobrador de combi y dice que es empresario. De hecho es tan hábil para los negocios que, en poco más de una década, ha logrado acumular una fortuna que supera los 7 millones de dólares. Mientras tanto la DEA tiene abierta una investigación contra él por lavado de activos (todos relacionados con la campaña de Keiko Fujimori).
La Tiendecita Blanca hace de escenario. Curiosa elección para dos tipos que enfrentan la justicia como ejercicio rutinario. Pero las sospechas, según ellos, son todas infundadas. La amistad está por encima y la conversación que sostuvieron tuvo más que ver con el clima y la familia, que con la política y los intereses que ambos podrían compartir. Vamos, no hay que ser malpensados. Pudieron hablar desde la frescura del croissant hasta la figurita repetida. Desde qué libro andas leyendo hasta cómo van las cosas con la jefa. ¿No lo tomas con leche? ¿Azúcar?
Los señores piden la cuenta y salen. Afuera aguarda la prensa. Cuando llevas tantas denuncias en la espalda, tus reuniones amicales se pueden ver interrumpidas. Pero no te asustes, hay que mantener el temple. “Yo lo tengo clarísimo: más que la política es la amistad’, responde Acuña cuando le mencionan las investigaciones contra Joaquín Ramírez. Y al periodista no se le ocurre responderle lo que todos queremos gritar: ¿En verdad nos cree tan idiotas?
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El ruido y la indignación se barren con cinismo. No solo campea la corrupción y el blindaje, sino también la absoluta falta de respeto por la opinión pública. No nos olvidemos del ‘uy, perdí todos los documentos de mis empresas’ o del ‘no es plagio, es copia’. Este par representa, probablemente mejor que nadie, esa ofensa convertida en estilo, el desdén absoluto que supone responder cualquier bobada sin importar siquiera la verosimilitud del disparate. Exijo al menos mentiras más elaboradas.
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