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“Silencio para conectar”, por Verónica Klingenberger

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

En el siglo XVII, el matemático y filósofo Blaise Pascal escribió una admirable y aún vigente revelación: ‘Todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre para sentarse solo y en silencio en una habitación’. Parecería que el francés, a través de un artilugio futurista, hubiera leído los más recientes tweets de Meche Aráoz, pero su reflexión, aunque no lo creamos, provenía de tiempos aún más violentos y salvajes que el que nos toca vivir, aunque probablemente menos ruidosos.

El ruido en el que sobrevivimos hoy no solo llega de grúas perforadoras o bocinazos apurados, sino y sobre todo de la sobrecarga de información y opinión que existe a nuestro alrededor. Los smartphones son extensiones de nuestro pensamiento, memoria y voz, y con tan solo entrar a Google, Twitter, Instagram o Facebook tendremos un panorama general, superficial y rápido, de lo que ocurre en casa, el barrio, la ciudad, el país, el mundo, etc. Ese contexto deja poco espacio para la reflexión y por ello una verdadera conexión con los demás y con nosotros mismos se hace cada vez más difícil.

No sorprende que el silencio sea uno de los grandes lujos de nuestra era, aunque en una ciudad tan ruidosa como Lima, aún no seamos tan conscientes de sus beneficios como lo es un noruego de 54 años llamado Erling Kagge. ‘Silence in the Age of Noise’ (El silencio en la era del ruido) es el libro que publicó en noviembre del año que acaba de irse y en el que hace una breve apreciación sobre los beneficios meditativos del silencio. A diferencia de lo que los más prejuiciosos podríamos pensar, Kagge no promueve la vida en retiro ni la adhesión al monasterio más cercano, sino que plantea, a partir de experiencias personales -pasó 50 días solo en el Polo Sur sin ninguna compañía con excepción de una radio cuyas baterías desechó el primer día- una reconexión del hombre consigo mismo. El noruego vive ahora en Nueva York, una ciudad atronadora, pero aún ahí ha conseguido atrapar el silencio en museos, librerías e incluso en algunos espacios abiertos y desolados.

‘Es fácil pensar el silencio como una manera de darle la espalda al mundo’, escribe. ‘Para mí es lo opuesto. Es abrirse a él, para respetar y amar más la vida’. Tiene un punto, ¿no? Hace unos meses, mi doctor de cabecera, José Luis Calderón, una especie de sabio con bata, me recibió en su consultorio por alguna dolencia para terminar filosofando sobre achaques más espirituales, por llamarlos de alguna manera. Recuerdo, entre otras lecciones, que me habló sobre cómo aprovechar las oportunidades cuando se me presentaran. Asentí entusiasta pero no había entendido nada: ‘Hay que detectar esos momentos en los cuales lo mejor es no decir ni hacer absolutamente nada’, me aclaró. Hay paz en la inacción.

El silencio no es solo una moda. Es algo que hemos necesitado durante miles de años. Quizá, Meche y todos los demás deberíamos hacerle caso al filósofo griego Epicteto, quien sabiamente recomendó a sus discípulos: ‘Calla la mayor parte’.

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