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“Odio divino”, por Verónica Klingenberger

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

La próxima vez que te preguntes por qué tanto odio hacia las mujeres no te sorprendas si muchos dedos señalan al cielo. La misoginia tiene una larga y estrecha relación con los textos religiosos. En eso parecen estar de acuerdo budistas, católicos, judíos, musulmanes y todos los demás. Y aunque el odio hacia la mujer no haya sido inventado por la religión sino por impulsos mucho más primarios (corte a cavernícola arrastrando de los pelos a cavernícola mujer), las religiones se encargaron de darle el toque sagrado que terminó por sepultarnos.

En todas las religiones, la mujer está subordinada al marido y nuestro papel fundamental en la sociedad es la reproducción. Carecemos de derechos y debemos ser sumisas frente al esposo, representante de la figura de Dios en la tierra. Pero no voy a ponerme a citar todas las atrocidades que dicen los textos sagrados porque lo cierto es que no son los únicos que alientan nuestra abominación: filósofos y científicos también han aportado (y mucho) en esta larga historia de discriminación (googlea, pocos se salvan). Por otro lado, evito las citas porque nunca faltan creyentes que alegan una malvada malinterpretación de la palabra de un Dios que dice cosas como ‘no codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo’. Bueno, se me escapó esa. Para no entrar en debates mejor hago preguntas:

¿Por qué Eva se creó a partir de la costilla de Adán? ¿Por qué fue ella la que cayó en pecado? ¿Por qué a partir de ese cuento la culpa de todo la tenemos nosotras? ¿Por qué no hay papas, cardenales, obispos o curas mujeres? ¿Por qué hay templos budistas que hasta hoy no permiten nuestro ingreso? ¿Por qué casi no hay monjes budistas mujeres? ¿Por qué para Buda éramos seres pérfidos a los que era mejor mantener alejados de la religión? ¿Por qué el hinduismo, hasta hace poco, quemaba a las viudas para enterrarlas junto a sus difuntos maridos? ¿Por qué en la India se prohíbe desvelar el sexo del bebé antes de su nacimiento para reducir el infanticidio femenino? ¿Por qué ese rezo judío que dice ‘gracias Dios por no haberme hecho mujer’? Finalmente, ¿de dónde proviene ese odio?

No puedo dejar de pensar en la primera vez que vi a Satanás personificado en una película. Era uno de esos bodrios que daban en la TV durante la Semana Santa. El demonio era, por supuesto, una mujer. Una mujer mulata. Una mujer mulata y curvilínea de ojos verdes y mirada sensual. Me asustó, pero no por lo que pretendían (su voz tenía el silbido terrorífico del fuego). El sexo y el deseo juegan un papel central. Aceptémoslo, la mayoría de religiones tienen problemas con la vagina. Dios concibió a su hijo sin desvirgar a María, Buda se materializó por obra de magia junto a su madre, la reina Maya y el caso de Mahoma debe haber sido parecido. Desde siempre, el cuerpo de la mujer ha sido el origen del pecado y la impureza, y ese es el miedo que se esconde detrás de tanto velo y encierro.

Ni imaginar entonces lo peligrosa que resulta la mujer educada, debidamente protegida por sus derechos, por la ley, por nuevos contextos sociales. Hacia ella quiero creer que avanzamos, aunque el mundo dé dos pasitos adelante y retroceda uno.

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