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En el Perú, después de 46 años, ha ingresado una mujer a la Academia Peruana de la Lengua, la doctora Eliana Gonzales Cruz, ¿cuál es el rol de la mujer en las Academias?
Yo, en este momento, pienso que es exactamente el mismo que el papel de los hombres, sin ningún tipo de diferencias. La Academia está compuesta por individuos dedicados a la creación literaria; es decir, a la novela, al teatro, a la poesía, y en esta actividad destacan tanto las mujeres como los hombres; por lo tanto, no hay ninguna diferencia entre unos y otros. Luego, en la Academia, también hay un grupo muy importante de lingüistas y de filólogos y en esto la universidad española está llena de mujeres que desempeñan las cátedras, que desempeñan los puestos docentes en paridad con los hombres. Hablo de la situación de la universidad española, porque me refiero a la Academia Española y en la Academia Española uno de los requisitos para formar parte de ella es tener la nacionalidad española; aunque tenemos la suerte de compartir con el Perú a Mario Vargas Llosa, que tiene la dos nacionalidades y forma parte de las dos Academias. Luego, también en nuestra Academia, hay puestos singulares dedicados a personas especializadas en determinados campos del saber. Por ejemplo, tenemos una historiadora, Carmen Iglesias; una bioquímica, que es Margarita Salas, y luego también un abogado, un economista, un ingeniero, un médico, etc. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta es que en la Academia actual, la del siglo XXI, el papel de la mujer en cualquier de estos sectores en que se organiza -digamos- la profesión de los miembros de la Academia es idéntico al papel que desempeñan los hombres.
A veces, se generan discusiones sobre si es o no acertado el ingreso de una palabra al diccionario, lo hemos visto en el Diccionario de la lengua española (DLE), ¿en qué momento se puede incluir una nueva palabra y cuándo se decide eliminarla del diccionario?
Que haya discusiones con relación a las decisiones que toma la Academia es algo absolutamente normal y nosotros, los académicos, las recibimos siempre con mente abierta, porque sabemos que el idioma es propiedad de los hablantes y, en consecuencia, todos los hablantes tienen legítimo derecho a opinar sobre esa plasmación de la lengua común de todos que es el diccionario, la gramática y la ortografía. Lo que sí nos interesa transmitir es que las decisiones que la Academia toma no son arbitrarias en modo alguno, es decir, cuando nosotros incluimos una nueva palabra o retiramos una del diccionario, cuando modificamos una definición, cuando añadimos una acepción a una palabra preexistente, lo hacemos sobre una base documental que remite a una gran base de datos que llamamos el Corpus del Español del Siglo XXI.
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¿Cómo funciona este corpus?
Este corpus consiste en que todos los años introducimos en nuestra memoria informática 25 millones de formas del español, no son 25 millones de palabras -que no hay tantas en ninguna lengua-, sino 25 millones de realizaciones de las palabras del español, un 70% tomadas de América y un 30%, de España. La fuente es oral y escrita; es decir, nos basamos en documentos orales, de la radio, de la televisión, de la música, y en el caso de lo escrito, la literatura, el periodismo, la medicina, la política, la economía, la tecnología, etc. Con esto, elaboramos un gran mapa del idioma, que en este momento tiene 300 millones de formas, de modo que, aplicando los criterios de frecuencia en el uso y dispersión geográfica, decidimos si una palabra nueva, es decir, un neologismo tiene que incorporarse al diccionario; o lo contrario, si una palabra que está en el diccionario -a veces, desde el primer diccionario de 1726- tiene que ser retirada porque ya no tiene ningún uso operativo. Por supuesto, las palabras nunca se pierden, porque esas palabras que pasan del diccionario de uso, que es el nuestro, se van al Diccionario histórico, y como han tenido una vigencia histórica, ahí permanecen. Por otra parte, es interesante decir que el Diccionario de la lengua española está pensado para ayudar a comprender el español desde el 1500 hasta ahora. Hay palabras que hoy en día no se usan, pero que sí se usaron mucho en siglos anteriores y están en los textos escritos. Y lo que nosotros pretendemos es que un lector de un texto del siglo XVIII o XVII, que encuentre una palabra cuyo significado ignora, que vaya a nuestro diccionario y pueda hallar la información que necesita.
Si una palabra no está en el DLE, es preferible no emplearla. ¿Qué recomienda usted o la RAE?
Sí, esta es otra cuestión que conviene dejar clara. El diccionario, hasta ahora, ha sido un libro, es decir, el diccionario se contenía en un libro y un libro tiene una capacidad limitada, la capacidad que le da el número de páginas y el número de matrices tipográficas que esas páginas contienen. La vigesimotercera edición del diccionario que se publicó en el año 2014 es la más extensa de todas, cuenta con más de veinte millones de matrices tipográficas y, en consecuencia, incluye 93 mil lemas o palabras y unas 200 mil acepciones. Nunca antes habíamos llegado a esa cifra. Pero esto no quiere decir que todas las palabras del español estén ahí. Por lo tanto, las palabras que no están en el diccionario, pero que tienen un uso muy vital y muy activo, son totalmente legítimas. Ahora, lo que estamos empezando a preparar es una nueva edición del diccionario, que será la vigesimocuarta, totalmente digital desde su origen. Hace un mes, estuvimos reunidos en Burgos en una comisión interacadémica con representantes de las Academias americanas y la Academia española para marcar la planta del nuevo diccionario. Y el nuevo diccionario, precisamente por ser digital desde su origen, no tendrá problemas de espacio, con lo cual en un soporte digital uno puede extenderse todo lo que quiera. En consecuencia, muchas palabras que en este momento no están en el diccionario pero que son tan legítimas como las que están aparecerán recogidas en él, gracias precisamente a este avance que la digitalización nos proporciona. Lo que yo le recomendaría al lector es que se deje guiar por su habla personal, que tiene autoridad en cuanto la lengua la construimos entre todos. El trabajo de la Academia va siempre por detrás de lo que los hablantes deciden. Por supuesto, lo que también le aconsejaría a un hispanohablante es que procure depurar las palabras que utiliza, porque a veces hay fórmulas corrompidas, desviadas, inconvenientes, préstamos innecesarios de otra lengua. En eso sí creo que todos debemos estar muy al tanto para evitar estas corrupciones; pero el hablante no debe preocuparse en absoluto porque alguna palabra genuina, perfectamente aceptable desde el punto de vista de la lengua española, no aparezca en el diccionario, la causa de que no aparezca es lo que antes le decía, la cuestión del espacio.
Cómo ve la RAE al Perú en el tema del idioma. ¿Cuánto ha aportado y aporta el Perú a la lengua española? ¿Cómo hablamos los peruanos? ¿Es considerado un referente de buen español?
Yo no pienso que haya ningún país en el que se hable mejor el español que en otro, incluyendo por supuesto a España. En definitiva, creo que la cuestión hay que situarla en el plano de lo individual, es decir, hay personas que hablan bien el español porque se esmeran en ello y porque han recibido una educación en el español importante. Ojo, no significa una educación de la escuela. Algunos de los hispanohablantes más puros y más auténticos están entre grupos de población que no han recibido una educación universitaria, ni siquiera una educación de grado medio superior; pero tienen un conocimiento implícito del idioma muy genuino, muy puro, muy limpio, y hablan, por lo tanto, una lengua verdaderamente admirable. Hay otra manera de valorar esto y es la aportación que cada país hispanohablante ha hecho a esa enciclopedia de la cultura escrita en español. Y evidentemente, en eso el Perú ha hecho aportaciones extraordinarias. Está el caso de Mario Vargas Llosa, y como él, hay docenas de escritores peruanos que han contribuido de manera extraordinaria al enriquecimiento del español culto. Yo he estado en el Perú varias veces, no solo en Lima, y aparte de que me entiendo perfectamente con los peruanos hablando ellos y yo en español, con peruanos de distintas procedencias, no solo académicos o escritores, me he enriquecido mucho por la variedad expresiva que el español tiene en el Perú. No hay que olvidar que el primer escritor nacido de la unión entre España y Perú fue el Inca Garcilaso de la Vega, que murió además el mismo año de Miguel de Cervantes, en 1616. Por lo tanto, nos viene de muy atrás esta experiencia del uso literario; pero también yo diría del uso enormemente correcto y rico del español en el Perú.
En el Perú, existe una gran preocupación porque los peruanos leen muy poco. Usted considera que la lectura sí es un factor determinante para el uso correcto del idioma.
Sin duda, sobre todo si pensamos en la lengua escrita. Es decir, es perfectamente posible que una persona analfabeta tenga un español oral magnífico. Personas tanto de España como de América Latina que no han tenido una formación reglada y que por supuesto no leen, sin embargo, se expresan con un español excelente; pero es la lengua oral. La lectura influye extraordinariamente en la dimensión escrita de la lengua, la ortografía -por ejemplo- es mucho más fácil dominarla si se es elector habitual, porque la ortografía deja una huella visual que se memoriza casi de manera automática, sin tener que aprender las reglas de la escritura ortográficamente correcta. De todos modos, me parece que tanto para España como para el Perú, que el sistema educativo favorezca que la población lea, adquiera hábitos de lectura que pervivan después de que termine el ciclo educativo, es absolutamente fundamental.
¿Cuál es el rol de los medios de comunicación y de los maestros en el uso del lenguaje?
Bueno ha tocado usted exactamente los dos puntos cruciales con relación al buen uso de la lengua, incluso yo me atrevería a decir por encima del papel de las Academias, por encima del papel de la Academia peruana y de la Academia española. Nosotros elaboramos las gramáticas, los diccionarios, las ortografías; pero la manera en que esta doctrina lingüística llega a la gente es en primera instancia el sistema educativo. En todos los sistemas educativos, tiene que ser fundamental -entre otras cosas, no digo que sea la única función- enseñar correctamente la lengua o lenguas en el caso de comunidades bilingües, cosa que también ocurre en el Perú, la lengua o lenguas habituales propias de cada región, de cada persona y de cada familia. Luego, eso sí, está la cuestión de los medios de comunicación, que incluso podríamos pensar que tienen más importancia que la escuela por una razón, y es que en la escuela se está durante unos años y luego ya se va uno de ellas; en cambio, los medios de comunicación nos acompañan siempre. El poder enorme de los medios de comunicación en lo que se refiere a la lengua tiene que ser siempre subrayado para que los profesionales de los medios de comunicación estén siempre muy atentos a cómo utilizan el instrumento básico de su trabajo, que es la lengua en que se comunican y también para que sean muy conscientes de que tienen una función ejemplarizante. Los errores que se cometen en uno de estos medios poderosos de comunicación tienen una incidencia muy negativa y no digamos cuando se trata de un error puntual, que es perfectamente normal. Como dice el refrán, todo el que tiene boca se equivoca; pero otra cosa es el periodista, el locutor, el presentador de radio, de televisión que manifiesta una especie de desinterés o desdén hacia el uso del idioma, que es el instrumento fundamental de su profesión.
¿WhatsApp, Facebook, Twitter -las redes en general- influyen negativamente en el uso correcto del idioma?
Influyen mucho, por supuesto, en incrementar las posibilidades de comunicación abriendo nuevas vías, pero eso a lo largo de la historia siempre ha existido. Por ejemplo, 3500 a.C. apareció una forma de comunicación hasta entonces desconocida, que era la escritura alfabética, y ese fue uno de los momentos fundamentales en la evolución de la humanidad hasta el extremo de que la frontera entre la prehistoria y la historia se sitúa en la escritura. La historia comienza cuando se empieza a poder escribir con un número limitado de signos, lo que oralmente se venía comunicando y transmitiendo con anterioridad. Luego, en el siglo XV, aparece la imprenta, que potencia extraordinariamente la escritura alfabética. Antes, los escritos eran muy onerosos, eran muy costosos, porque eran copias manuales del original; en cambio, la imprenta permite una reproducción mecánica y casi diríamos industrial de los originales. En el siglo XIX, aparece el telégrafo, una auténtica revolución, que permite que dos personas se comuniquen a muchos kilómetros de distancia. Luego viene la radio, la telefonía y últimamente, desde la época digital, a partir de 1995, con la red pues surgen todas estas magníficas oportunidades de comunicarse que son el SMS, WhatsApp, el correo electrónico y la comunicación a través de las redes sociales. Yo soy de los que opina que beneficia y que no debemos de escandalizarnos porque en estos nuevos sistemas de comunicación se utilicen determinadas licencias expresivas que chocan con la normativa oficial de un idioma, eso siempre ha ocurrido. Por ejemplo, en la Edad Media, cuando en los monasterios se copiaban los originales, en las copias había muchísimas abreviaturas porque el copista quería ahorrar tiempo y dinero. La página era muy cara porque se escribía sobre un papiro o un pergamino que eran materiales caros y luego evidentemente se empleaba mucho tiempo en esa copia y con las abreviaturas se adelantaba. Bueno, algo parecido es lo que está ocurriendo ahora en las redes sociales, que se escribe con abreviaturas, con simplificaciones. Lo mismo ocurrió con el telégrafo. Los telegramas se cobraban por palabras; en consecuencia, cuando se mandaba un telegrama a alguien se prescindía de los nexos, de los verbos compuestos, casi sin adjetivos, el lenguaje del telegrama es un lenguaje muy macarrónico, muy elemental, muy sencillo, muy simple. Esto siempre ha ocurrido y en consecuencia no tenemos que sentirnos especialmente preocupados porque hoy en día los medios nuevos de comunicación entre personas se permitan esas licencias a las que me estoy refiriendo. Y esto lo vamos a conectar también con la educación, es decir, el sistema educativo es el que tiene que proporcionar la conciencia de que hay determinadas licencias que se pueden utilizar en algunos procesos de comunicación y, sin embargo, en otros no. Yo puedo escribir un SMS o un whatsapp con abreviaturas; pero si quiero hacer una carta pidiendo un empleo, procuraré escribirla de la manera más correcta posible, sin faltas de ortografía, con una habilidad expresiva suficiente, porque en ese momento lo que escribamos es como una fotografía de lo que somos y el que está leyéndonos nos va a enjuiciar por el texto que hemos escrito. Por lo tanto, nos esmeraremos en él. No hay problema en eso. Cuando me relaciono con mis alumnos en la universidad, utilizamos ese tipo de abreviaturas, yo también; pero luego, cuando ellos me hacen un trabajo o cuando me escriben un examen, saben que yo no voy a consentir ninguna transgresión de la ortografía ni de la corrección expresiva del español.
|Foto: Fernando Villar – EFE.|
¿Los cambios tecnológicos han influido? ¿Cuántas palabras de este campo han entrado al DLE?
Es evidente lo que fue en su momento la revolución informática -hablo de la generalización, porque la historia de la informática viene de mucho atrás-, pero digamos que a partir de los primeros años 80 y luego la revolución digital que comienza en torno al año 95 con la extensión extraordinaria y popular de la red, todo eso ha generado muchísimas palabras que se refieren a los dispositivos, los procedimientos, las peculiaridades de esta nueva tecnología. Bueno, eso siempre ha ocurrido. Por ejemplo, en el siglo XIX, el tren, el ferrocarril es un avance tecnológico extraordinario, en cuanto a las comunicaciones físicas de las personas y el tren, el ferrocarril, que es un invento que viene de Inglaterra, aparece y se establece en nuestros países y trae junto con el invento muchas palabras que designan los componentes del ferrocarril. Han pasado 200 años y nosotros ahora, por ejemplo, cuando decimos la palabra vagón, pues no sentimos ninguna extrañeza en relación con ella, y vagón es una palabra que viene del inglés. La propia palabra tren viene del francés; pero están totalmente asimiladas a nuestra lengua. Con esta nueva terminología de la informática y la digitalización, hay casos en que podemos acomodar, adaptar la palabra inglesa al español -porque ahora generalmente todo esto viene del mundo anglosajón; por ejemplo, el término tablet del inglés, que es una palabra latina, por otra parte, para nosotros es tableta de manera muy sencilla y muy evidente. Otra cosa es la imposibilidad que ha habido para traducir hardware y software y, por lo tanto, utilizamos esas dos palabras como lo que llamamos en lexicografía anglicismos crudos. Son palabras que utilizamos en español pero subrayadas, es decir, en letra cursiva, para que se sepa que son palabras puras tomadas del inglés. Por lo tanto, ese es el punto fundamental, encontrar un equilibrio para adaptar aquellas palabras que son adaptables y no sentirnos ofendidos ni especialmente preocupados porque tengamos que incorporar anglicismos crudos cuando sea imposible encontrar una equivalencia en español que convenza a los hablantes, tanto en América como en España.
¿Cómo hace la RAE para lidiar con lo políticamente incorrecto? Han surgido muchas discusiones sobre el uso del ‘lenguaje sexista’.
La corrección política es una cuestión muy difícil, en principio, por la repercusión social que tiene y hasta por los matices escandalosos que, a veces, adquiere la discusión sobre este tema en relación con el lenguaje. Pero visto desde las Academias la cuestión es muy sencilla, es tan sencilla como que nosotros no inventamos palabras. En el diccionario no hay nada que provenga de una creación por parte de los académicos, no hay un término que se quiera imponer a los hispanohablantes. El diccionario recoge lo que existe y la lengua -no solo la española, cualquier lengua- sirve por supuesto para expresarse correctamente, para ser cortés, para ser civilizado, para ser correcto, incluso para seducir, para enamorar, para complacer. Pero esa misma lengua que sirve para esto, también se puede utilizar para lo contrario. La lengua se puede utilizar para ofender, para insultar, para menospreciar, para calumniar, para ser canalla, en definitiva. Dónde está por lo tanto la solución a este dilema… La solución está en el hablante. El hablante se expresa con una modalidad de conducta lingüística; por lo tanto, el idioma le proporciona recursos para ser una cosa u otra cosa y es el hablante el que tiene que optar: yo voy a ser civilizado o voy a ser machista, yo voy a ser respetuoso o voy a ser ofensivo a las minorías. Si uno, desafortunadamente, quiere lo segundo, el idioma le proporciona las palabras, porque esas palabras existen. En definitiva, el problema está en que nosotros no podemos aceptar la posibilidad de censurar el diccionario, porque el diccionario no es nuestro, el diccionario es la recopilación de lo que la gente realmente dice y nosotros no podemos empezar a separar lo que no nos guste de lo que realmente se dice de aquello que nos gusta. Cuando se hizo el primer diccionario de la lengua castellana, en 1726, seis tomos que acabaron de publicarse en 1739, en el prólogo del tomo primero se dice que este diccionario no contendrá palabras que describan desnudamente objeto indecente. Por lo tanto, en ese diccionario no hay palabras que se refieran a la anatomía humana, al sexo, al comportamiento sexual, a la escatología, etc. Todas estas palabras están fuera del diccionario. Claro que existían esas palabras y la gente las usaba, pero había una censura propia de la época. Entonces, yo pregunto, en el siglo XXI aquel criterio de 1726, ¿sería aceptable? Evidentemente, no. Y hoy todas esas palabras están en el diccionario. Luego, por supuesto, están la educación y la sensibilidad del que habla. Porque esté en el diccionario no es obligatorio utilizar esas palabras, pero las palabras existen y hay gente que las utiliza y el diccionario tiene que recogerlas. Esa es la clave. Nosotros no podemos hacer otra cosa que la que estamos haciendo. No podemos censurar el lenguaje. En la sociedad, hay machismo; en la sociedad, hay abusos verbales, hay términos de insulto y de menosprecio, evidentemente; pero no es porque las Academias promocionemos esas palabras, sino porque simplemente las registramos, ya que tenemos que ser fieles al idioma que realmente se habla.
Cómo va la RAE en el mundo digital. ¿Cómo aprovecha las redes sociales y las plataformas digitales? ¿Qué aplicaciones ofrece?
Bueno, en primer lugar, tengo que decir que nosotros estamos extraordinariamente satisfechos y creo que además nuestra satisfacción se puede concretar en cifras. Por ejemplo, en marzo pasado, nuestro diccionario en línea, que se ofrece de manera gratuita en nuestra página web, tuvo 81 millones de consultas. A lo largo del año 2016, ese mismo diccionario en línea tuvo 801 millones de consultas, lo cual quiere decir simplemente que nunca antes en la historia tricentenaria del diccionario este ha tenido tanta influencia en el uso del idioma como ahora, porque además esas consultas no solo se hacen desde computadoras, se hacen también desde teléfonos inteligentes, desde tabletas, desde dispositivos móviles, y hoy ya es habitual que en una reunión de personas si surge una discusión en torno a una palabra, cualquiera de los presentes saque su teléfono y pueda consultar perfectamente el diccionario de manera inmediata. Lo hacen, por supuesto, los profesionales, los periodistas, los profesores, los estudiantes, etc. Y luego nosotros ahí hace tiempo que nos dimos cuenta de que una Academia fundada en el siglo XVIII en el siglo XXI solo tendría futuro si se adoptase a los cambios tecnológicos de la sociedad. En los años ochenta del siglo pasado, la Academia empezó a aprovechar todas las ventajas de la informática, que son muchas para hacer el trabajo propio de la Academia, las gramáticas, los diccionarios, la ortografía. Nosotros, en este edificio en el que estamos, tenemos más de quince millones de papeletas de papel con palabras y descripciones de palabras, incluso conservamos las papeletas de los fundadores de la Academia, las papeletas de 1713; pero a partir de principios de los años ochenta, superamos esto utilizando la informática y trabajando con bases de datos. Eso ayudó extraordinariamente a la elaboración de nuestras obras; pero sobre esta revolución que fue la informática, a finales de los años noventa, surge la revolución digital y ahí es donde entra esta difusión que hacemos del diccionario a través de la página web con esos resultados numéricos que antes concreté. Aparte de esto, por ejemplo, en Twitter tenemos más de un millón de seguidores que se comunican con nosotros, que reciben información continua de lo que estamos haciendo y que además nos hacen muchas preguntas y consultas lingüísticas que nosotros contestamos por el mismo conducto. Yo creo que, por lo tanto, estamos haciendo frente a este reto de la nueva tecnología que está transformando profundamente la sociedad en todos los aspectos, incluso en el aspecto político también ahora están ocurriendo cosas que hace veinte años eran impensables, una Academia que tiene más de trecientos años tenía necesariamente que mirar hacia el futuro, no tanto hacia el pasado, y nosotros es lo que creo que hemos hecho y los resultados hasta este momento son muy satisfactorios.
¿Cuáles son los errores más frecuentes de los castellanohablantes?
Siempre está la ortografía, a pesar de que el español es una lengua que tiene una ortografía muy agradecida, muy simple. Basta comparar la ortografía del español con la del francés, el portugués o el inglés, para ver que nosotros tenemos una correspondencia casi automática entre el signo, el grafema y el sonido. El japonés es como el español en ese sentido, es una lengua muy directa cuando se utilizan caracteres latinos, porque otra cosa es la escritura en grafemas que vienen del alfabeto chino adaptado al japonés. Pues sí, efectivamente, a pesar de esa simplicidad en español siempre tendremos el problema del uso de la ‘h’, que es un grafema que no significa ya nada fonológicamente. Lo significó hasta finales del siglo XV, era un fonema aspirado y a partir de ese momento perdió su sentido fonológico, pero lo hemos conservado ortográficamente. Luego, está la diferencia entre la ‘b’ y la ‘v’, las dos reflejan el mismo sonido, no hay diferencias fonológicas; sin embargo, ortográficamente sí que se mantiene la diferencia. Lo mismo sucede con la ‘g’ y la ‘j’; pero en general tenemos una ortografía mucho más fácil que otros idiomas, lo cual no quiere decir que no se cometan faltas de ortografía.
¿Solo hay errores en la ortografía?
No, también en la expresión oral, pues efectivamente hay construcciones erróneas, hay relajamiento en las pronunciaciones. Un ejemplo: la preposición ‘para’ muchas veces se síncopa en ‘pa’; eso es una corrupción del idioma. Es muy curioso lo que está ocurriendo con lo que se llama el dequeísmo, el pienso ‘de que’, ese ‘de’ que se mete por medio es absolutamente innecesario y agramatical. En fin, hay una serie de vicios. Ojo, en esto no entran las variedades de la pronunciación del español, según las regiones. Por ejemplo, el seseo es absolutamente predominante en el español, no solo porque sea común en toda América, sino porque en España Andalucía y Extremadura son seseantes, los únicos que no seseamos somos los peninsulares españoles de zonas que no son Andalucía y Extremadura. Ahí también hay una contradicción entre la escritura y la pronunciación; es decir, escribimos cielo y decimos [sielo]. En castellano, existe la palabra abrazar que es ‘dar un abrazo’ y abrasar que es ‘quemar a alguien’. Con el seseo se neutraliza la diferencia entre un fonema y otro y uno dice ‘dame un abrazo’ y ‘me abraso porque me acerco al fuego’ y eso es normal, está reconocido en nuestra gramática. Forma parte de esas peculiaridades que además estadísticamente, en el caso del seseo, son predominantes sobre la otra posibilidad, que es la que recoge en la pronunciación la diferencia del grafema ese o ce o zeta.
¿Qué consejos nos daría para mejorar el uso del idioma?
Yo siempre remito a la educación y la lectura. Y también llamo a los profesionales de la comunicación para que se esmeren mucho en el modo en que utilizan la lengua a través de sus medios. Estoy convencido de que en una población bien educada, que además tiene hábitos de lectura y recibe una información emitida por voces conscientes de la importancia de la corrección lingüística, el problema no existiría y tendríamos un uso perfecto de la lengua española.
POR ÚRSULA VELEZMORO
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