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“Mi derecho a estacionar: Parte II”, por Jorge Sánchez Herrera

“El edificio sede de las oficinas del New York Times tiene 52 pisos y… ningún estacionamiento, como tantos otros en el centro de Manhattan”.

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Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura
Arquitecto/Urbanista
jorge@nomena-arquitectos.com

Hoy es común entrar al ascensor de un edificio de oficinas y ver que tiene casi tantos botones bajo el nivel cero como hacia arriba. Si no eres inquilino o propietario, atrévete a llegar en auto a uno de esos edificios y te mandarán al quinto infierno, más conocido como el sótano 10. Un ejemplo para explicar el problema: en San Isidro, un edificio en construcción se publicita con ‘(…) 10 pisos de altura, 7 sótanos con 113 estacionamientos y oficinas de hasta 563 m2’. Según mis cálculos, hablamos de unos 5.500 m2 de oficinas en total, es decir, un ratio aproximado de un auto cada 50 m2. Lo usual es que los municipios pidan un auto cada 40 m2 de oficinas, pero descontando áreas como baños, depósitos entre otros.

‘The Shard’ es el rascacielos más alto de la Unión Europea. Está en Londres y tiene 110.000 m2 construidos, distribuidos en 95 pisos de altura (72 habitables) que contienen oficinas, restaurantes, viviendas, un hotel, entre otros servicios. Y tiene 47 estacionamientos. Leíste bien, menos de un auto cada 2.000 m2. El edificio sede de las oficinas del New York Times tiene 52 pisos y… ningún estacionamiento, como tantos otros en el centro de Manhattan. Hablamos de dos ciudades con un transporte público bastante desarrollado, claro; pero aun así, el contraste es enorme.

En vivienda, la cosa no es muy distinta. Ahora mismo estoy diseñando un edificio en San Isidro de solo siete departamentos y el municipio me pide mínimo 24 estacionamientos. Eso son 3,45 estacionamientos por departamento que, si no es un récord Guinness, le pega en el palo.

Durante años, los municipios limeños han hablado de un ‘déficit de estacionamientos’, aumentando los requisitos mínimos de espacios para estacionar, cuando en el mundo, las ciudades fijan más bien máximos. Esto ha tenido dos consecuencias. Por un lado, se ha seguido promoviendo la cultura del uso del auto (el tránsito vehicular es como el agua: mientras más espacio le das, más entra). Y por otro, se ha hecho una pésima administración de los recursos para construir la ciudad. Se gasta casi lo mismo en los estacionamientos subterráneos que en el edificio en sí. Todo el dinero que podría utilizarse en hacer mejores edificios, o en dejar más áreas libres, o en tributos para que los municipios inviertan en mejores servicios y espacios públicos, termina enterrado (literalmente).

Vuelvo al argumento de mi columna anterior: es cierto que tenemos un pésimo transporte público y mejorarlo debe ser la gran prioridad del alcalde metropolitano. Pero nada justifica el seguir recorriendo un camino (el del incentivo del auto particular) que otras ciudades ya descartaron. Se pueden ir haciendo cosas, como reducir el requerimiento de estacionamientos en zonas que ya son servidas por un sistema de transporte más o menos eficiente: ejes del Metropolitano, del Metro de Lima, o corredores azules por ejemplo. O, como ya pretende San Isidro -que ha encontrado una vacancia de casi 50% de estacionamientos privados en edificios en su distrito- permitir que una empresa le alquile sus estacionamientos a otra que los subutiliza.

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