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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
¿Te acuerdas de los mineros de Chile? ¿Recuerdas como todo un país (en realidad varios, incluyendo al nuestro) siguió cada paso del rescate? El derrumbe de la mina San José se produjo el jueves 5 de agosto del 2010. El mismo día empezaron las labores de rescate, con varios planes en simultáneo y entre 10 y 20 millones de dólares invertidos, entre donaciones y aportes del estado y Codelco (la Corporación Nacional del Cobre de Chile). Hace 10 días, Anthony Lovon, Eduardo Laura, Luis Huaraca, Gilbert Antoy, Yeltsin Flores y Alberto Huamán están atrapados, no sé sabe si vivos o muertos, a más de 140 metros de profundidad en un socavón de la mina Las Gemelas, en Acarí, Arequipa. Aunque los casos sean distintos -los chilenos pudieron sobrevivir porque la mina en la que trabajaban contaba con una zona de seguridad habilitada para este tipo de accidentes, mientras que la mina peruana es una mina artesanal sin garantías de seguridad- resalta la indiferencia que esta noticia ha despertado en la opinión pública. Y la lentitud y poca ayuda que llega a la zona ante la desesperación de los familiares. Hasta hoy solo ha sido rescatado el cuerpo sin vida de Luis Sánchez Pinto, de 32 años.
Por supuesto no es la primera vez que pasa algo así. En el 2012, nueve mineros fueron rescatados tras estar atrapados cinco días en un socavón y cada semana hay decenas de accidentes como este en todo el país. El caso, más bien, pone a la luz las paupérrimas condiciones de seguridad del trabajador peruano, más aún si es informal. Las empresas marginan lo máximo que puedan (la Sunat les quita lo demás) y casi siempre el que pierde es el empleado. Pero a nadie parece importarle porque mucho no podemos hacer. ¿O sí? El ‘conmigo no es’ funciona a todo nivel y la solidaridad es solo una bonita palabra. Nada más recordemos el terremoto en Ica y las bodegas cobrando el doble a sus propios vecinos. Si tuviera que apostar me arriesgaría a decir, por ejemplo, que al obrero peruano promedio no le pagan ni siquiera el protector solar por trabajar largas horas bajo el sol en el país con mayor radiación solar del mundo.
La indiferencia se traslada a casi todos los terrenos. El caso Odebrecht y la confirmación de fachos y caviares se han vendido por igual desde los 80 (en realidad nos vendemos desde la Conquista) parece importarle solo a unos cuantos obsesionados con la noticia. Ni siquiera los medios muestran reflejos. Es probable que después de todo lo que hemos visto (literalmente a un señor comprando a los políticos, periodistas y empresarios más poderosos del país con bolsas de dinero como las que se dibujan en los cómics) ya nada nos sorprenda. Al peruano le da igual la corrupción. Por eso votan por el fujimorismo, por eso votaron por Alan (¡dos veces!) y por eso votaron por Castañeda. La mayoría da por sentado que está bien pellizcar unos cuantos millones con tal de que se haga algo. De otra forma nada se haría, sospechan. Y cuando el poder está corrompido a todo nivel, los demás nos acostumbramos al atajo, casi admiramos al que hace plata como pueda, y mientras más, más capo nos parece. No es casualidad que la palabra ‘capo’ sirva para referirse tanto al jefe de una mafia como a una persona competente, admirable, que destaca en lo que sea que haga.
‘Conmigo no es’ es lo que nos toca a todos. Pueden matarnos, pueden robarnos, pueden hacer lo que quieran. Seguramente seguiremos ocupados en sobrevivir el día a día como podamos porque nunca nos regalaron nada. Sálvese quien pueda.
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