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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
Solo basta con leer la sección de comentarios de cualquier medio. El miedo casi siempre es el mismo: reconocer la igualdad de derechos entre un ciudadano gay y uno hetero es para muchos el principio del fin de los tiempos. Si eso se permite, se preguntan asustados, qué vendrá después. Martha Chávez ha llegado a decir que sería mejor que legalicen el matrimonio entre un hombre adulto y una menor de edad. Y muchas iglesias evangelistas prefieren gastar miles de soles en una campaña que sólo promueve más miedo y discriminación antes que destinar ese mismo dinero a obras de caridad. #ConMisHijosNoTeMetas dicen, en extraña asociación entre el respeto y aceptación de hombres y mujeres LGTBI con una infundada amenaza hacia los niños. Como si alguien pudiera cambiar en algo su sexualidad. Como si ser gay fuera sinónimo de promiscuidad y abuso.
Dicen que no hay mejor manera de combatir un miedo que enfrentándolo. ¿Qué hace que algunas sociedades sean más tolerantes que otras? ¿Cómo hizo España, por ejemplo, para ser el tercer país del mundo en legalizar el matrimonio homosexual luego de Holanda y Bélgica? ¿Cómo para que el 89% de sus ciudadanos esté convencido de que la homosexualidad debe ser aceptada y respetada? Hoy es el país que mayor aceptación muestra hacia la población LGTBI y la visibilidad de muchos españoles gays ha llegado al ámbito militar, jurídico y hasta sacerdotal.
Evidentemente, la historia no fue siempre así y hasta hace poco, la dictadura de Franco mandaba a los gays a campos de concentración (igual que hicieron todas las demás formas de fascismo en el mundo). ¿Qué fue entonces lo que cambió? La visibilidad fue un gran espaldarazo. Mientras haya más parejas gays que vivan abiertamente frente a sus familiares, amigos y conocidos, menos miedo tendrán muchos hacia lo que consideran tan distinto. La amenaza siempre es anónima y las diferencias entre parejas homos y heteros apuntan solo, básicamente, a los genitales. Todo lo demás vendría a ser igual: todos vemos Netflix de la mano lo más lejos de Satanás que podamos. Y luego está la vía rápida hacia la igualdad y libertad: la judicial. Luego de la ley a favor del matrimonio homosexual en España, el porcentaje de personas a favor de la misma creció exponencialmente. Lo mismo ocurrió en otros países, como Chile, por ejemplo, país que de ninguna manera es menos conservador o religioso que el Perú. Entonces, primero la ley, luego la opinión pública.
Al final, no se trata de convencer a nadie ni de pedirle permiso a los miembros recalcitrantes de la parroquia evangelista de tu barrio. El único camino que importa es el legal, y lo ocurrido cuando el 7°Juzgado Constitucional de Lima ordenó al Reniec reconocer el matrimonio entre Óscar Ugarteche y Fidel Aroche es mucho más que un símbolo. El Reniec, por supuesto, ha apelado, aunque las razones que da el vocero Benito Portocarrero son bastante absurdas (Portocarrero habla de su institución como si esta tuviera vida propia y deja de lado, por ejemplo, que su propio hijo está casado con otro hombre en España). La orden viene de la jueza Malbina Saldaña (¿alguien le hace un polo?) y a ellos, como Registro Nacional, lo único que les debería competer es registrarlo. Como declaró el mismo Ugarteche a RPP: ‘Nadie tiene por qué opinar sobre si les parece o no, solo deben inscribir y nada más’.
Ojalá el caso sea el inicio del cambio hacia un Perú más moderno, más justo y más libre. Sobre todo para los hijos LGTBI de todos los fachos y fanáticos religiosos. Pobres. Si hay que meterse en esta lucha es precisamente por ellos. Y por supuesto que la educación sexual y la promoción de la igualdad deberían ser también parte del compromiso de este gobierno. Solo un estado verdaderamente laico y valiente podrá poner en su sitio a esas iglesias con las arcas más llenas que los corazones.
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