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POR ZOË MASSEYFotógrafa@ZoePix
No me crié en una familia católica, nunca me llevaron a misa, mucho menos a una procesión. A mí me llevaban a escuela de domingo, ferias de navidad, ventas de libros y a carreras de panqueques en la iglesia protestante (claro que todo en inglés suena distinto). En mi casa no había ni una sola imagen relacionada a ningún santo, nadie crucificado. Y lo agradezco mucho, fuera de las creencias de cada quien, es de hecho una imagen terrorífica para una niña con imaginación abundante (y para cualquier otro niño, creo yo).
En fin, a pesar de eso, siempre me ha llamado mucho la idea de las procesiones, en realidad, de la fe misma. Porque eso de que venga gente de todas partes del mundo a pagar promesas me parece increíble. Hace unos años, siendo profesora de español, me tocó pasear a un señor de Estados Unidos por Lima. Resultó ser un pastor bautista y terminamos, sin querer queriendo, en Las Nazarenas. Era un día antes de la salida del Señor de los Milagros y lo que vivimos ahí dentro fue alucinante. Gente de rodillas, saumerios, cantos, murmullos de rezo constante, llantos y, lo que más nos llamó la atención a los dos, cómo mandaban niños sobre la gente, cual body surfing de concierto, hasta llegar a la imagen del Cristo. Unas personas los cargaban, chocaban sus cabezas con el anda y los regresaban sobre la gente hacia sus padres. Ahí dentro hay una energía que no puedo describir en palabras. Conmueve.
Años después me tocó vivir algo similar en el norte del país. Un día oí una banda pasar frente a mi casa. Resultó que no era una, eran varias, venían muchas personas caminando, mochilas al hombro, flores, sahumerios, todos iban en procesión de varios días hasta poder ver al Señor de Ayabaca. Allí un amigo me contó que todos los años iba por un ‘milagro’ que le hizo el Señor a su padre. Todos los años iba y gastaba un par de zapatillas en su recorrido, esa era su promesa. Es que, caray, el sol de Piura es inclemente hasta para el que camina guiado por la fe.
Hace un par de años fui con algunos amigos a la procesión del Señor de los Milagros. La curiosidad me llevó a organizarnos y salir en busca de … quién sabe qué. Y debo decir que es un acontecimiento social, cultural, antropológico increíble. Señoras que van rezando de espaldas, gente que viene con sus hijos adultos cargados esperando que se les haga el milagro de caminar por su cuenta un día, gente que hace todo el recorrido de rodillas. Hay mucho dolor, sangre en algunos, canto, emoción. Y esa vez tuvimos a Susy Díaz al lado.
Jamás entenderé mucho de qué se trata, pero te recomiendo que vayas al menos alguna vez. Que te rodees de esa energía increíble, que comas turrón de Doña Pepa, te bañes en olores de palo santo, veas los colores, ayudes a quien no puede solo, te lleves un rosario morado que brilla en la oscuridad, disfrutes de esta fiesta que -nuevamente, al margen de la religión que vivas o no-, es una de las manifestaciones religiosas más grandes del mundo, pasa en tu ciudad y es parte de tu historia. La fe no sé si mueve montañas, pero anualmente esto mueve a unas cuarenta mil personas por cada recorrido…
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Vamos, yo tengo mis ideas y opiniones fuertes sobre la Iglesia Católica, pero no se trata de eso, se trata de una tradición que recomiendo al menos alguna vez vivir completa. Con su choncholí de carretilla más.