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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
Las matemáticas interrumpen hasta en los momentos más emotivos. ‘Cuántos somos’, preguntaban varios. Era imposible saberlo, aun cuando la sospecha apuntaba a varios miles. Era aún más difícil hacer el cálculo desde adentro, cuando uno es solo un punto más en la eufórica comparsa.
Luego, lo de siempre: cada quien cuenta a su manera y según su conveniencia. La diferencia es que, esta vez, los drones hicieron su tarea y mostraron el panorama desde arriba: toda la avenida Wilson, toda la Plaza San Martín, toda la Dos de Mayo, copadas de personas con memoria que no tienen miedo a expresar su indignación frente a un partido que no ha sabido deslindar con su mafioso pasado, simplemente porque la trampa es su ADN.
Aun así, todavía son muchos los que ven las marchas con sospecha o malos ojos. Los responsables de tal desconfianza son algunos líderes de opinión y políticos de juicio chato y pocas luces. Ya de retirada, una señora nos gritó: ‘Pónganse a trabajar, ociosos…’. ¿Desde cuándo las marchas se han convertido en sinónimo de holgazanería? Cuánto mal hacen a nuestro país las pataletas de esos trogloditas que cuentan con espacios en la radio, la televisión y la prensa, inundándolo todo con su falta de juicio e ideas. Son pura chabacanería. En su mente obtusa, la realidad se define por dos polos intransigentes: derecha e izquierda. El problema es que en el Perú, donde ambos polos muestran claras señas de arcaísmo, conceptos como ‘ciudadanía’, ‘democracia’ y ‘libertad’ son metafísica para más de la mitad del país, y salir a las calles a protestar de manera pacífica es un acto que se asocia al vandalismo, al odio o a la vagancia (excepto, claro, en las marchas pro-vida).
En su afán por defender el modelo económico, esos promotores del miedo han optado por tumbarse todo lo demás. Cualquier crítica al sistema les preocupa tanto que han aprendido a ridiculizarla señalándola como berrinche de rojos, caviares, ingenuos, en fin, de gente que solo busca frenar el desarrollo y obstaculizar nuestro crecimiento como país. Es mentira. Las sociedades más avanzadas del mundo se han abierto paso hacia la civilización a través de la protesta popular. Revisa la historia reciente del Perú y del mundo y lo constatarás. Recuerda cómo respetadísimos líderes de una derecha peruana tan distinta a la actual defendían la protesta como uno de los principales derechos de los ciudadanos (ahí está Felipe Osterling, por ejemplo, en los primeros minutos del documental Su nombre es Fujimori, que se publicó hace solo unos días).
Pero lo del martes fue algo más que una marcha ‘No a Keiko’. Fue un recordatorio claro y emocionante de que no todos los peruanos han sufrido una lobotomía naranja. Los cálculos hablan de unas 100 mil personas y de un encuentro de lo más plural, que tuvo como mayoría a personas independientes de todas las edades.
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También fue una advertencia, más allá de quien gane este domingo las elecciones. Y la advertencia debe celebrarse porque es una prueba contundente de nuestro poder como sociedad. Se podría leer como: no nos vuelven a agarrar de tontos, vamos a tenerlos vigilados, vamos a salir a las calles cuantas veces sea necesario, vamos a recordarte que los que mandamos somos nosotros y que tu principal objetivo es mejorar cada instancia de nuestras vidas.