En Maracaibo se están acostumbrando a una nueva realidad: vivir al menos cuatro horas diarias sin luz en una ciudad donde las temperaturas superan los 35 grados centígrados.
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En los palafitos de Santa Rosa de Agua, una comunidad de pescadores fundada hace 200 años en el norte de Maracaibo, el agua llega a través de una manguera cada ocho días.
Los apagones diarios se suman a la escasez de alimentos, las largas colas para comprarlos y la inflación.
“Ni caro ni barato conseguimos, más que todo estámos comiendo puro plátano”, cuenta el carpintero José Ortega.
El presidente Maduro, a quien la oposición que controla el Parlamento quiere sacar del poder a través de un referendo revocatorio, atribuye la falta de luz y agua al derroche y al fenómeno de El Niño, y la crisis al desplome de los precios del petróleo, y a una “guerra económica” de empresarios de derecha que buscan desestabilizarlo.
“Será Dios que mire para abajo y nos ayude un poco, que nos mande un poquito de agua, porque también aquí nos falta el agua, y todo”, agrega Ortega.
En los palafitos, marginados de las bonanzas petroleras y en cuyos callejones los delincuentes hacen de las suyas, no quieren saber de política. Solo quieren volver a satisfacer las necesidades básicas para vivir.