“ Bruselas es bonita” dice la frase. En la histórica plaza de la Bolsa, reconvertida en lugar de plegaria, una mano anónima ha querido dejar con tiza un mensaje de aliento para una ciudad que casi dejó de latir este martes, cuando tres atentados la dejaron en estado de shock.
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En el suelo, al lado del mensaje, una niña pinta flores. Los peatones se paran para leer otras frases, escritas en francés, en holandés, en inglés, en árabe. “Bruselas siempre será Bruselas”, “Bruselas I love you”…
Una treintena de muertos y más de 200 heridos dejaron los tres ataques consecutivos, cometidos a primera hora de la mañana, dos en el aeropuerto de la capital, otro en la estación de metro Maelbeek, en el centro administrativo, donde se hallan las instituciones europeas.
Al caer la tarde eran centenares las personas que acudieron ante el edificio neoclásico de la Bolsa. La plaza, donde los belgas tienen por costumbre festejar las victorias de su equipo nacional de futbol, se ha convertido en una pequeña plaza.
El sonido de un violoncelo surca el pesado silencio. Un hombre se ha puesto a tocar, la gente lo aplaude. Los habitantes de la ciudad en duelo dejan flores, velas, una bandera belga.
Una madre y sus dos hijos encienden una pequeña vela y la dejan junto a otras que forman un corazón. Sofiane, un argelino que vino a estudiar Sociologia en Amberes (norte) en 2011, vuelve a encender las que apagó el viento.
“Es triste, es una desgracia, algo terrible” musita. “Yo viví la Argelia de los años 1990. No sabíamos lo que era el terrorismo, y de repente llegó”.
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Su emoción se transforma en cólera: “hay que controlar a los imanes radicales que dicen que (con los ataques suicidas) se va al paraiso. Que vayan ellos. Yo no tengo ganas de ir al paraíso matando a inocentes. No es el paraíso, es el infierno”.
’Ambiente espantoso’
“Es importante reunirse en momentos como este. Es simbólico, demuestra que estamos unidos ante el terror” estima Leila Devin, actriz de 22 años.
“Aquí estamos para decirles que no les tenemos miedo, que ellos son una decena y nosotros miles” añade Juliette, una estudiante belga.
El lugar se convirtió rápidamente en emblemático, el primer ministro belga Charles Michel llegó igualmente para recogerse antes los mensajes poco antes de las 20H00 (19H00 GMT).
En las calles de alrededor, la mayoría de tiendas han cerrado. Solamente unos bares y tiendas de souvenirs permanecen abiertos. Los clientes son pocos.
Un puñado de turistas deambula por la célebre Grande Place. No hay militares ni policías visibles. Algunos turistas beben unas cervezas en uno de los dos establecimientos que siguen abiertos.
“Está desierto, casi da miedo. Sobre todo que cuando hace sol, la plaza está llena” murmura Céline, una joven arquitecta belga que vino en compañía de amigos turistas. “Queríamos darnos ánimos, beber unas cervezas. Pero este ambiente es espantoso”, explica.
Un poco más lejos, ante la conocida estatua del niño que orina (Manneken Pis), casi no hay turistas para hacerse la foto. Normalmente hay que hacer cola.
Un padre de familia español, Félix, de 49 años, dice en la catedral de Santa Gudula que está dispuesto a aprovechar su visita con la familia, a pesar de todo. “Tenemos niños, no queremos mandarles un mensaje equivocado, de miedo”.