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JORGE SÁNCHEZ HERRERANÓMENA ARQUITECTURA ARQUITECTO/URBANISTA JORGE@NOMENAARQUITECTOS.COM
No son muchos los edificios construidos recientemente en Lima que permitan plantear una discusión. Pero son menos aún (diría que este es el único) los que me generan pensamientos tan encontrados. Aunque uno de los menos agraciados también, el strip mall 28 de Julio es uno de los edificios más interesantes que he visto en la ciudad en mucho tiempo.
Por un lado me parece un edificio feo. De lejos, se avistan una serie de disfuerzos formales que lo asemejan a un superelectrodoméstico o algo así. De cerca, la cosa no cambia. Los detalles son mejorables, no hay un patrón claro para que el diseño de cada local comercial armonice con el conjunto y el color azul es, digamos, bastante presumido. Características que, para ser justos, se repiten en casi todos los edificios comerciales hechos en las últimas décadas.
Pero, por otro lado, me parece un buen ejemplo de cómo, a través de la arquitectura privada y a pesar de la falta de imaginación y generosidad de los parámetros de construcción, se pueden plantear principios arquitectónico-urbanos replicables en el resto de la ciudad.
Un edificio de uso mixto
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Se les llama así a los edificios que contienen varios usos. Alguna vez muy comunes en Lima, por alguna razón (pienso yo que por prejuicios sobre los usuarios y falta de visión de municipalidades y promotores) se dejaron de hacer. El edificio de cines El Pacífico, en Miraflores, que además alberga departamentos, tiendas y cafés, es uno de sus más dignos representantes. Cierto es que carece de viviendas, pero con sus oficinas, tiendas, cafés, restaurantes, gimnasio y supermercado, el strip mall 28 de Julio revela la conveniencia de la concentración de usos en los barrios. Algo importante en este momento ‘postboom’, en el que Lima empieza a entender forzosamente la necesidad de tener barrios no solo densos y compactos, sino también multifuncionales.
El Tottus subterráneo Frecuentemente, leo que las cadenas de supermercados están desarrollando formatos más pequeños ante la falta de suelo urbano. Y me alegro, pues esas grandes cajas ocupando una manzana entera con una puerta en solo uno de sus frentes, dejando el resto como interminables muros ciegos, le hace un flaco favor a cualquier barrio donde aterrice. Felizmente, este modelo extrapolado de áreas suburbanas (con mucho suelo disponible) está cambiando y el de este edificio es un gran ejemplo. ¿Por qué utilizar la superficie si no requieren luz natural, necesitan enfriarse y solo requieren de un ingreso? ‘Enterrar’ el supermercado es una decisión arquitectónico-urbana acertadísima, pues permite liberar el suelo del edificio para usos más interesantes para el resto del conjunto.
De dominio público
Liberar al edificio del supermercado le permite tener un primer nivel abierto, una suerte de plazuela de dominio público que no solo actúa de lugar de paso, sino que le sirve a los cafés de área de expansión. ¿Que no es un espacio público real? De acuerdo, pero en una ciudad acostumbrada a poner la puerta o el muro en el borde máximo permitido, dejando luego la vereda de 1,50 metros, los edificios que plantean espacios urbanos abiertos, así sean de propiedad privada, sirven mucho.
El edificio tiene una deuda con el diseño, pero como están las cosas diría que hasta parece un tema secundario. Es sobre todo un primer intento por recuperar nociones sobre la responsabilidad que tiene la arquitectura con su entorno urbano. Nociones que perdimos durante un boom inmobiliario que se encargó de reflejar lo poco que nos importa construir barrios donde efectivamente nos provoque vivir.