Yohachi Nakajima apenas tenía tres años cuando Tokio capituló en la Segunda Guerra Mundial, el 15 de agosto de 1945.
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En ese momento, los nipones dejaron alrededor de un millón y medio de japoneses bloqueados en Manchukuo, un Estado títere creado por Japón en el noreste de China.
Entre ellos se encontraba la familia de Yohachi.
Su madre, enferma y pobre, buscó a alguien que se ocupara de él y una mujer china se prestó voluntaria para cuidarlo.
“Acoger al hijo del agresor bajo tu tejado y criarlo refleja un fuerte espíritu y humanidad que va más allá de cualquier ideología’, señala Nakajima.
Aunque no se sabe con precisión cuántos niños japoneses quedaron huérfanos en China, Tokio habla de 2.800.
Yohachi volvió a Japón con 16 años y todavía recuerda el momento en que se reencontró con su madre biológica.
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“Mi madre me dijo algo en japonés en ese momento, pero yo no entendí nada’, agregó.
Yohachi forma parte de los afortunados.
Se reencontró con su madre biológica y estuvo muy cerca de ella hasta su muerte, a los 98 años.
En su corazón quedó la amabilidad de quienes acogieron a los hijos de sus enemigos y la duda de si Japón hubiera actuado de la misma manera.