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(Opinión) El otro partido

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Por Verónica Klingenberger

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El domingo pasado, Estados Unidos campeonó en el Mundial de fútbol femenino al derrotar 5-2 a Japón en la final. En el Perú, este partido, así como todo el torneo, fue transmitido únicamente por DirectTV. Aquellos interesados condenados a la programación de Cable Mágico debimos conformarnos con compartir tristes links de alguna web pirata. Durante la Copa América, ningún comentarista local hizo alusión alguna al Mundial de fútbol femenino. Ni siquiera -como bien apuntó una amiga- atinaron a colocar titulares en la parte inferior de la pantalla con los resultados de los partidos. ‘¡Es un Mundial!’, reclamaba, y esta vez su indignación era razonable. Vi los goles al día siguiente en YouTube y hubo varios increíbles, como ese sombrerito de media cancha de Carli Lloyd, la celebrada número 10 del equipo yanqui. Aun así, no deja de sorprender que este Mundial haya sido uno de los eventos deportivos más vistos en la historia de EE.UU. Sí, el fútbol femenino es un deporte popular en ese país, pero que más estadounidenses hayan visto esta final que el Argentina- Alemania de Brasil 2014 me parece una locura.

Aunque más irracional resulta la pobre inversión de la FIFA en dicha competencia. El sexismo en el fútbol se refleja en el sueldo de sus jugadores. El pago total por el Mundial femenino ha sido de 15 millones de dólares, casi 40 veces menos que lo invertido por la FIFA en el Mundial de hombres del año pasado (576 millones). Bueno, realmente no es un dato tan revelador, ¿no? Pero cuando uno lee que la FIFA invirtió de 24 a 35 millones en su película United Passions, un autobombo en formato ficción, entonces sí que provoca reventarle la pelota a sus ejecutivos en la cara. Felizmente, no todo son malas noticias. Aun cuando el sexismo vaya a frenar algunos años el gran potencial del fútbol femenino, al menos la sexualidad de sus jugadoras no será una amenaza para su desarrollo profesional ni su satisfacción personal. Al menos, no como sucede en el fútbol masculino, donde muchos jugadores, hinchas y dirigentes demuestran sin la menor vergüenza su homofobia desde siempre.

El domingo pasado, el equipo más abiertamente gay de la historia del fútbol se coronó campeón en EE.UU. 17 participantes (15 jugadoras y dos entrenadoras) del Mundial femenino son lesbianas y bisexuales que dejaron el clóset solo para los chimpunes. Ningún participante del fútbol masculino es abiertamente gay. Hasta ahora recuerdo una entrevista de Joseph Blatter a la revista Time. En ella aseguraba que existen jugadores homosexuales en las grandes ligas, pero que el mundo del fútbol aún no está preparado para ello. Según Blatter, ningún futbolista sobreviviría a su entorno al hacer pública su homosexualidad. Sus declaraciones confirman algunos tristes casos: el uruguayo Wilson Oliver Elías fue cedido a otro equipo por los rumores de su homosexualidad (recién pudo admitir que era gay al retirarse del fútbol).

Justin Fashanu, inglés de origen nigeriano, se convirtió en el primer futbolista negro valorado en un millón de libras esterlinas. Su carrera fue cuesta abajo mientras la sospecha de su homosexualidad iba hacia arriba. Tras declarar que era gay, en 1990, solo jugó 14 partidos en tres años. Se retiró cuando los insultos en la cancha se hicieron imposibles de aguantar. Hasta Rudd Gullit, la estrella holandesa del Milán, tuvo que callar sus preferencias sexuales durante años para recién poder declarar al final de su carrera que era bisexual. El fútbol tiene partidos más importantes que ganar fuera de la cancha. Habrá que hinchar desde todas las tribunas.

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