Por Zoë Massey
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Se acaba el 2014, se fue el año en el que me había propuesto no meterme en tantos proyectos como el anterior y llevármela un poco más leve. Entonces, empecé a dictar un curso más, conduje un programa de radio, participé en limpiezas de playas, buceé por primera vez, expuse en Buenos Aires, en una feria de arte consciente, en una expo al ladito de Man Ray (je), un festival de arte urbano y otro medio ambiental.
Organicé voladas de cometa en la playa, dos colectas para un pueblo en Cusco, programé más sesiones de las que hacía en algún tiempo, hice visitas guiadas a galerías, seguí con la columna del gato en el hombro, me convertí sin entender cómo pero contenta en vocera de un par de marcas y una campaña contra el acoso hacia las mujeres.
Logré conseguirle casa a un par de perritos y gatitos, casi adopto a uno, recolecté más de 4 millones de firmas de todo el mundo para pedir que pare la matanza de delfines en nuestro país, me reuní en Produce… no pasó nada. Fui por tierra hasta Ecuador, regresé a abrir una tienda. Empecé a nadar, dejé de nadar (mea culpa), fui a ver a Paul Mc Cartney (ok, no es un proyecto pero sí un sueñazo), escribí en otra revista sobre medio ambiente y todo con un bastón en la mano que a veces me cohíbe, a veces me molesta, pero casi siempre me salva.
Hice buenos amigos, quise más a los antiguos y perdí otros. Algunos por mi culpa, otros aún no sé ni por qué ni qué pasó y sigo extrañándolos, aunque confío que todo caerá en su sitio como siempre. A muchos les parezco renegona, juro que no lo soy, es esa mezcla británica con chalaco y esa buena educación que recibí que me impide quedarme callada cuando veo que algo anda mal. A mi tribu familiar la volví popular en redes sociales y a veces creo que gran parte de mis contactos en FB en realidad son de ellos.
Reconfirmé que en la vida hay que saber ser y estar agradecido. Que de todo se aprende algo. Que nunca te debes creer que te mereces más que otros. Que aunque queramos creerlo el Perú no avanza. Igual, yo de aquí no me voy.
Llego a final de año con una sospechosamente tranquila satisfacción de saber que a pesar de todo, algo debo estar haciendo bien. Que algunos de mis alumnos me enseñan a mí más que yo a ellos (ya… no se la crean tanto monstruos) y que espero poder seguir avanzando y aprendiendo. Claro, si esta compu que se apaga a cada rato me permite seguir escribiéndoles.
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Y ya para cerrar no creas que no tendrás tarea: anda a ver la expo Divinas, de Gino Ceccarelli en La Galería del Barrio; Deshielo, de Alice Wagner en la Sala Miró Quesada Garland; la de Dalí en el CC Garcilaso de la Vega; y la de Warhol en el MATE. Cierra el año yendo a ver muestras buenazas y de ser posible por favor, hazlo en bici, a pie o en Metropolitano.
Gracias a los que me han escrito porque leyeron aquí algo que les gustó y también a los que me criticaron algunas notas. Es una sensación rara, pero en el fondo muy cargada de emoción. (Y gracias a mi jefecito que como está de viaje ni se entera de que ando escribiendo bitácoras del 2014 sin su permiso).
Mi recomendación personal de hoy es que recuerden que hay muchos quienes lo pasan solos, y no necesariamente por quererlo así. Regalen un poco de su tiempo. Espero que el próximo año aparezca ese publicista que deje de hacer creer a todos que estas épocas son de felicidad exclusiva para los que tienen familia y pueden comer panetón… bueno, el panetón sí está bien.
Que cierren el año respirando hondo y con un gran ‘¡gracias!’ y el que viene los agarre sonriendo. ¡Hasta el 2015!