La producción ecológica de café en esta región está desarrollada por la ONG holandesa UTZ Certified, que busca extender el programa más allá de las fronteras centroamericanas.
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“¡Mira, la llama es muy grande!”, se entusiasma Sarahi Pastran, una veinteañera, al encender el fuego bajo su cacerola para cocinar plátanos.
Su cocina rudimentaria, en el seno de la cooperativa de café La Hermandad, en San Ramón de Matagalpa (Nicaragua), una tubería atraviesa la vegetación exuberante hasta el generador de biogás, unas decenas de metros más allá.
¿La originalidad de la instalación? Son aguas contaminadas por la producción de café las que alimentan este generador, en el marco de un proyecto piloto puesto en marcha en 2010 por UTZ en Nicaragua, Honduras y Guatemala.
El principio: mejorar el lavado de las cerezas del café, crucial para producir la variedad arabica, a fin de reducir el consumo de agua y después extraer de ella el metano que deja la fermentación del café para fabricar el biogás, que permite a la vez liberar un agua libre de la mayoría de impurezas.
Hasta ahora el agua utilizada, llamada “agua miel” por los habitantes por su sabor azucarado, era vertida directamente a los ríos.
“Eso causaba bastante contaminación” y “un olor fuerte”, recuerda Francisco Blandon, padre de cuatro niños y quien maneja una pequeña granja familiar bautizada “El Tigre”, a 80 km de San Ramón.
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“Hay muchas familias viviendo cerca del río, se bañan, lavan la ropa: Esto les causaba un poco de picazón en la piel y muchos parásitos intestinales”, cuenta el hombre de 39 años, mientras sus dos hijos menores corren con los pies descalzos sobre el suelo de tierra de su casa.
A nivel nacional, la producción de 1,3 millones de sacos de café anuales equivaldría, por la contaminación que implica, al impacto de 20.000 autos.
Francisco cuenta que en 2010, un equipo de la ONG holandesa llegó a explicarles el proyecto. “Al principio no creía que iba a funcionar, pero se insistió tanto…”. Que “antes del mes, empezó a funcionar”, relata.
¡Lotería!
Hoy, en su comunidad de San Sebastián de Yali, situada a 1.000 metros de altitud, pero con un clima tropical, miran a El Tigre con envidia.
“Las vecinas que me visitan me dicen: ¡tú te has sacado la lotería!”, dice riéndose su esposa, Fátima Valenzuela Altamiro, de 35 años.
Antes, ella debía cocinar con leña, cuyo humo “es cruel para las cocineras”, amenazando su salud. Su marido cortaba en promedio cinco árboles por temporada.
Fátima aún se acuerda del primer día cuando el biogás salió de la tubería: “Era emocionante” y “qué sorpresa cuando vimos la llama, era muy grande. Pensé: ¿que vamos a cocinar? Entonces pusimos un huevo”.
La instalación del mecanismo, que cuesta varios miles de dólares, fue financiada 75% por el gobierno holandés y el resto por las cooperativas locales.
La UTZ, la más importante ONG de certificación en el dominio del café, garantiza el respeto de los productores a ciertas reglas como la prohibición del trabajo infantil, un uso razonable de pesticidas y salarios acorde a la legislación local.
“El balance es muy bueno”, celebra Vera Espíndola Rafael, coordinadora de UTZ en Latinoamérica, “porque logramos cada objetivo: la producción de biogás, la reducción de la contaminación y la reducción de las aguas usadas en el proceso”.
“Antes gastábamos 1.500 litros por quintal de café. Hoy, entre 240 y 250 litros”, asegura Marvin Mairena, responsable técnico de la finca La Hermandad.
Sobre el terreno, la ONG tuvo que adaptarse a diferentes tamaños de granjas, instalando un mecanismo distinto de acuerdo al que requiere una grande, mediana o pequeña.
Algunos producen biogás solo durante la cosecha de café, otros lo hacen todo el año reemplazando el café con excrementos de animales.
Este año UTZ comenzó a extender esta experiencia en Colombia, Perú y Brasil, y busca otros socios financieros para hacer lo mismo en Kenia y Vietnam.