Por: Rodolfo Rojas
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Utilizada, supongo, como sinónimo de bienestar y progreso la palabra de marras muestra, de un lado, las urgentes necesidades de infraestructura de una ciudad en la que habitan 9 millones de personas y, de otro, la alarmante limitación de los políticos que intentan ocupar el sillón de Nicolás de Ribera, El Viejo.
Como en otros aspectos de la vida nacional, el debate sobre las necesidades de los limeños y su ciudad carece de ideas. Las campañas, que son una invitación al bostezo, están centradas en datos estadísticos, presupuestos y mucho cemento. Más grave aún, lo que se discute, está completamente desligado de las tendencias que modelan el mundo en el que viviremos.
Una de ellas, tal vez la más importante, es la creciente urbanización. Según el reporte How to make a City Great de Mckinsey & Company, la mitad de los habitantes, 3.600 millones, viven en ciudades. Para el año 2030, 60% de la población mundial, que será de 5.000 millones aproximadamente, vivirá en ciudades. Es una tendencia irreversible de nuestro tiempo. Lima, por ejemplo, ha visto crecer el número de habitantes, de 645 mil en 1940, a más de 9 millones en el 2014. Pero este es solo uno de los aspectos que está cambiando
Hoy las grandes ciudades, además de conglomerados humanos, son plataformas financieras, económicas y culturales abiertas a todas las tendencias y corrientes del mundo. Una ciudad global, como se les conoce, es la vía de acceso de un país a la globalización.
¿Por qué es importante que un país como el Perú cuente con una ciudad global? Porque nos da la posibilidad de tener presencia e influencia, es decir voz y voto, en los acontecimientos decisivos de nuestro tiempo. Y no ser meras comparsas.
Hace pocas semanas la consultora PWC publicó la edición 2014 de su reporte Cities of Opportunity, que analiza la trayectoria de 30 ciudades, capitales culturales, comerciales y culturales del mundo. Los resultados sugieren cuáles son las mejores ciudades para vivir, según sea la preferencia de cada persona, pero revela que todas las metrópolis listadas tienen varios elementos en común.
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El reporte mide dos ámbitos, el cultural y el institucional. El primero, denominado Calidad de Vida, evalúa mide 4 indicadores: infraestructura, sostenibilidad, habitabilidad y salud. Es decir, las obras de nuestros conspicuos candidatos son apenas un factor entre los varios, que hacen que una ciudad sea un lugar amigable y estimulante para vivir.
El segundo ámbito es el económico. Aquí se miden el grado de influencia y la facilidad para hacer negocios. Las cinco primeras en el ranking son Londres, Nueva York, Singapur, Toronto y San Francisco.
Este reporte muestra claramente que el foco de la gestión debe estar en sus habitantes, es decir en los seres de carne y hueso. Lo que cada uno de los indicadores expresa es una parcela de los variados intereses o actividades de los seres humanos.
Una ciudad es sobre todo un espíritu, una atmósfera, una forma de vivir y de entender el mundo. Reducir su gestión a la construcción de infraestructura es tener una visión pobre sobre el futuro de Lima y de sus habitantes.
Lima la Horrible, el ensayo de Sebastián Salazar Bondy, publicado en 1964, que es una denuncia de la Arcadia Colonial, ese mundo ensalzado por la cultura criolla, es también una exigencia a gritos a las clases dirigentes de aquel entonces, por un proyecto de futuro en el que convivieran los limeños de todas las razas y culturas. Cincuenta años después, los limeños seguimos esperando una respuesta.