La personalidad ambigua de Amanda Knox, considerada por unos como un ángel y por otros como un demonio, fue clave en el largo procedimiento judicial que después de dos procesos en apelación y una absolución, desembocó en una nueva condena el jueves a 28 años y seis meses de cárcel.
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Con su bello rostro sin maquillaje y sus ojos azules, la joven Amanda, de 26 años actualmente, no parecía corresponder al perfil de una asesina cuando fue acusada en noviembre de 2007 de haber acuchillado salvajemente a su coinquilina Meredith Kercher, une británica de 21 años.
La fiscalía de Perugia (centro) la describió como una muchacha coqueta a la que le gustaba mucho la fiesta, probar toda suerte de drogas e invitar a hombres raros a su cuarto, dejando a la vista sus juguetes sexuales y su lencería osada, en el apartamento que compartía con otras tres jóvenes.
Según la acusación, Meredith fue asesinada, y violada, porque se negaba a participar en un juego sexual con Amanda y su novio italiano, Raffaele Sollecito, coacusado del asesinato, y de un inmigrante oriundo de Costa de Marfil, Rudy Guédé, juzgado por separado.
La familia Knox ha presentado siempre una imagen opuesta de Amanda, describiéndola como afectuosa, sana y deportiva.
En un mensaje enviado por correo electrónico a los miembros de la corte de apelaciones de Florencia, la joven afirmaba no ser “un monstruo”, y hablaba de la víctima como “una amiga”.
“La quería, ella me ayudaba, era generosa y de buen humor”, añadía.
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“Rostro de ángel”
Difícil saber a ciencia cierta quién es Amanda, sobre todo porque se convirtió en un fenómeno mediático. Su “Rostro de ángel”, título de un libro sobre su caso que sirvió de base para un guión que está siendo filmado actualmente por Mickael Winterbottom – ocupó las primeras páginas en el mundo entero.
Sobre todo en Gran Bretaña, donde la prensa tomó con frecuencia partido por la familia de Meredith, y en Estados Unidos, donde dominan los seguidores encarnecidos de Amanda.
Durante los cuatro años que pasó tras las rejas, la joven estudiante de la Universidad de Washington, que ha clamado siempre su inocencia, rezó mucho y leyó con pasión a Dostoievski y Hemingway, según un parlamentario italiano que escribió un libro sobre ella.
Durante el proceso en apelación que desembocó en su absolución en octubre de 2011, Amanda parecía agotada, sobre todo cuando el abogado de un barman congoleño, a quien acusó sin razón del asesinato, se lanzó en una diatriba muy virulenta contra ella:
“¿Quién es Amanda Knox? Posee un doble rostro: de un lado es angelical, buena, llena de compasión, casi una santa, y de otro lado es demoníaca, diabólica y solo aspira a comportamientos límites y extremos”.
Según el padre de Raffaele Sollecito, la ex novia de su hijo no era en esa época sino una “pícara”.
Desde que regresó a Estados Unidos después de su liberación en 2011, la joven reanudó sus estudios de idiomas y escribió su autobiografía en la que habla sobre todo de su manera de concebir el sexo, y de cómo cambió desde que llegó a Europa.
“Detestaba sentirme dependiente de alguien. Me quería sentir fuerte y gozar sexualmente, y no preguntarme ¿Me quiere? ¿Me querrá aún mañana?”, escribe.
Raffaele Sollecito dio su propia versión de los hechos en un libro en el que acusa a la estadounidense de “comportamiento extraño”.