Por: Verónica Klingenberger
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Nick Drake medía 1.90 m. Tenía manos grandes y dedos hermosos. Era elegante con sus zapatos gastados, con su abrigo negro dos tallas más chico, con su pelo sucio, sus uñas largas, su tristeza sin consuelo y sus pocas ganas de hacer algo más que las canciones que compuso antes de morir a los 26 años. Mucho antes de tragar demasiados antidepresivos ese 25 de noviembre de 1974, Drake había sido capitán del equipo de rugby de Marlborough College y el chico que estampó un récord en 100 metros planos que hasta ahora no se bate. Había estudiado Literatura Inglesa en Cambridge en 1966. Y había viajado a Francia y a Marruecos, donde probó marihuana y LSD, respectivamente. Había leído a William Blake, Yeats, Henry Vaughan y los poetas malditos franceses. Había formado una banda y le había puesto un lindo nombre, The Perfumed Gardeners. Había tocado el piano, el clarinete, el saxofón y la guitarra. Había descubierto la escena de música folk inglesa y americana, y tenía discos de Bob Dylan, John White y Phil Ochs. Adoraba a los Beatles. Escuchaba a Bach a todo volumen.
Tocaba en clubes londinenses cuando el bajista de Fairport Convention lo vio y lo contactó con Joe Boyd de Island Records, quien produjo su primer disco: Five Leaves Left, nombre inspirado en la advertencia que aparece en los paquetes de Rizla cuando solo quedan cinco papeles para rolear. Eso pasó en la primavera de 1968. Tenía 20 años. Había tirado el disco a la cama de su hermana diciéndole ‘ahí lo tienes’, porque no le gustó que la lista de temas tuviera un orden incorrecto ni que la contratapa reprodujera versos que no aparecían en las versiones grabadas. Había escuchado algunas de sus canciones en la BBC gracias a John Peel, uno de los pocos en percatarse de su talento. Había grabado dos discos más, Bryter Layter (1970), que solo vendió 15 mil copias, y Pink Moon (1972), grabado después de la medianoche en dos sesiones de dos horas con solo una guitarra y un piano en la canción que da título al álbum. Después de ello dijo: ‘No tengo nada más que decir’.
A comienzos de 1972, Drake sufrió una crisis nerviosa. Su único ingreso eran 20 libras (32 dólares) semanales que le pagaba la disquera y ni siquiera podía comprarse un par de zapatos nuevos. Fue internado cinco semanas en el St. Thomas Hospital, donde un psiquiatra le recetó antidepresivos. En 1974 grabó sus últimas cinco canciones con la ayuda de su amigo John Wood, ingeniero de sonido y productor de Nico y Pink Floyd, entre otros. Una vez terminadas las pistas instrumentales, Wood le dijo: ‘Estás teniendo problemas con las palabras’. ‘Sí -respondió él-, no puedo pensar en palabras. No siento ninguna emoción respecto a nada. no quiero reír ni llorar. Estoy insensible, muerto por dentro’. Luego de una breve y feliz estadía en París, donde vivió en una barcaza sobre el Sena y pensó en escribir canciones para Francoise Hardy (la modelo y cantante de folk inglesa que era amiga de los Beatles y los Rolling Stone, y a la que Bob Dylan menciona en un poema en la portada de su álbum Another Side of Bob Dylan), volvió a Tanworth-in-Arden, su pueblo, cercano a Birmingham, donde había luchado toda su vida contra la depresión y el insomnio.
El chico guapo y admirado que salía con mujeres bellas con las que nunca tuvo sexo, había nacido en Birmania el 19 de noviembre de 1948 con el nombre de Nicholas Rodney Drake. 26 años después, su madre, temerosa de despertarlo porque sabía lo mucho que sufría para dormir, ingresó al mediodía a su habitación a ver si todo estaba bien. Pero no lo estaba. Nick Drake dormía para siempre. Ella lo supo apenas vio sus largos pies al borde de la cama. Fríos y blancos, como si colgaran de una estrella.