Por: Alfredo González
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En la década de los ochenta, en un pueblo llamado Búfalo, ubicado en Chihuahua, al norte de México, se consumía a diario una tonelada de tortillas para alimentar a dos mil hombres que trabajaban sembrando marihuana. Carnicerías, farmacias, tiendas de abarrotes y ropa existían por esos hombres del campo.
Tres décadas después, la situación no ha cambiado. Pueblos enteros de México y otros países de Latinoamérica viven de, para y por la marihuana.
Incluso el sistema es ahora más sofisticado. Hace algún tiempo, el lugar donde más camionetas Hummer se vendía era Sinaloa (noroeste de México), territorio de uno de los principales cárteles de la droga en todo el mundo. Mientras agrónomos, contadores, abogados, profesores, campesinos y hasta policías y soldados han encontrado un modus vivendi alrededor del cannabis, políticos de todos los colores se han montado en la polémica generada por la posible legalización y venta de esa droga.
Recientemente, el ex presidente mexicano Vicente Fox, al que se le escapó de la cárcel el principal narcotraficante en México y del mundo, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, propuso legalizar la producción de todas las drogas.
Muchos lo llamaron loco, sobre todo porque, como mandatario, no pudo frenar las muertes generadas por el tráfico de estupefacientes en México.
Fox, integrante del partido más conservador de México (el Partido Acción Nacional-PAN), respondió a las críticas y dijo que su propuesta busca arrebatar un jugoso negocio al crimen organizado.
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Inició cabildeos con los promotores de la legalización de la marihuana en Estados Unidos. Llevó bajo el brazo un plan de negocios para sembrar, empacar, vender y distribuir. No olvidemos que fue el presidente de Coca-Cola para América Latina. Sabe hacer negocios, pues.
Con su sesuda propuesta, Fox se sumó a los ex presidentes de México, Colombia y Brasil, Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso, que pidieron tiempo atrás la legalización de la marihuana, sobre todo por el fracaso de la estrategia de combate al tráfico de drogas. El común denominador de todos es que ninguno pudo acabar con ese mercado durante sus respectivas gestiones.
Hoy, ya se sumaron algunos gobiernos en turno. El presidente de Guatemala, Otto Pérez, declaró que propondría la despenalización con otros líderes de la región.
El 1 de agosto pasado, la Cámara de Representantes de Uruguay aprobó el proyecto sobre legalización de la producción, distribución y venta controlada de marihuana.
A pesar de todo esto, México y Chile, por ejemplo, son naciones en las que está polarizado el debate. No hay claridad sobre el futuro que tendrán las drogas en dichos territorios. Y más allá de un tema de salud pública, el problema radica en la doble moral e hipocresía de algunos gobiernos.
Solapan toda la cadena de producción del cannabis. Incluso permiten que pueblos completos vivan de esa industria. Y a la hora del debate se escudan en los daños a la salud que provoca el consumo de la marihuana.
Sea cual fuere la decisión de cada nación, no convendría una legalización parcial, aislada, de uno o dos países de Latinoamérica, porque como decimos en México, estaríamos condenados a ser víctimas del efecto cucaracha: los narcos saldrían de un lugar para sentar sus reales en cualquier otro territorio.