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Lucho Quequezana: “Tengo una deuda con el Perú”

Por: Ximena Arrieta y José Barreto

No es un músico de escuela. No le preocupa salir en medios; hace música instrumental y es peruano. Sin embargo, su disco Kuntur se ha mantenido por más de 2 años en los primeros lugares de ventas en Perú superando a artistas como Adele, Justin Bieber o Alejandro Sanz.

¿Cómo se explica esto? ‘Yo no sé, compadre (risas). Yo solo hago lo que a mí me gusta. Toco como a mí me suena el Perú’, nos dice Lucho Quequezana (38), exitoso músico peruano que ha llevado nuestros acordes hasta los más inimaginables lugares del globo.

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Y es que, en tiempos donde la industria musical tiene ‘fórmulas’ para ser famoso, son pocos los que a través de sus melodías exudan honestidad. Para Lucho, ese es su único secreto, tocar lo que le sale del forro, o sea, al Perú.

¿Eres de los que de niño ya soñaban con ser músico? Esa era una posibilidad nula en esos años. Me acuerdo que a los 5 mi mamá me metió a unas clases de flauta y era malísimo. Me sentía un negado.

Entonces se podría decir que Huancayo fue tu puerta a la música… Llegué ahí a los 11 años, porque mi hermano tenía asma y le recomendaron salir de Lima. Llegué a una ciudad golpeada por el terrorismo, donde los de la capital eran vistos como el enemigo. La tensión era grande en el colegio… además todos ahí tocaban zampoña y pensaba: ‘Ya perdí porque soy una bestia para la música’ risas). Sin embargo, un día los chicos me invitaron a tocar con ellos. Es ahí donde nació mi visión de la música como vehículo de integración.

Algo se movió en ti… Fue como un ‘big bang’. Mi vida comienza en Huancayo. Hizo de la música mi vida, me nutrió de la fiesta, la música, las tradiciones… me mostró cómo era realmente el Perú.

Y volviste a Lima con una zampoña en la mano, ¿cómo te recibieron? En la década de los 80, la gente tenía vergüenza de ser peruana. La música folclórica estaba muy relacionada al terrorismo, pero yo no podía dejarla. Tenía una especie de romance adolescente con ella. Hasta formé mi grupo en el colegio y me movía en el círculo vernacular. Me sentía a gusto ahí. Pero cuando salía de él, sí sentía la pegada. La gente me miraba mal en la calle. Felizmente eso ahora ha cambiado.

Hoy se percibe a un Perú más abierto, pero muchos piensan que es una moda… No lo es. Yo creo que el Perú ha salido de una depresión en todos los sentidos. Pero de pronto, tiene la tranquilidad y estabilidad para darse cuenta de lo bueno que tiene. Ahora sentimos que hay otras cosas, además de la comida, para estar como un solo núcleo.

En ese sentido, ¿cuál crees que es el papel de la música para generar una idea de identidad nacional? El concepto de nación aún no está completo, pero vamos por buen camino. La comida ha sido una locomotora, pero la música peruana ha sido también ‘mostra’ toda la vida y tiene el mismo potencial de integrarnos: la diversidad. Cuando el peruano se dé cuenta de que la diversidad de nuestra música es buena y rompa las barreras de costa, sierra y selva, y la convierta en un solo concepto, es cuando vamos a aprovecharla. Cuando comencemos a reconocernos en el otro, cuando un limeño escuche un huaino y diga ‘eso también es mío’, nos vamos a convertir en una potencia musical que no la va a parar nadie.

¿Qué nos falta para abrir los ojos a todo eso? Falta que el peruano disfrute plenamente de su música. Por ejemplo, la gente va a mis conciertos y dicen ‘Qué lindo, que nuevo’ y no hay nada nuevo. Yo solo soy un reciclador de lo que ha pasado por mis orejas toda la vida. El peruano tiene que abrir su peruanidad y dejarse abrazar por las otras expresiones culturales además de la comida. Pero aún persiste la regionalización.

Eso pasó con Sonidos vivos. Siete músicos que no sabían nada de nuestra música y dispararon su potencial… Sonidos vivos fue una locura, como todo lo que hago. La Unesco me dio en el 2005 la oportunidad de plasmar mi idea de exponer la música peruana al mundo. Mi idea era que la música peruana podía enamorar a cualquiera. Y es así que un turco, un chino y hasta un vietnamita aprendieron a tocar instrumentos peruanos. Al final terminé tocando con historias que partieron de puntos locos del planeta que salieron y se encontraron para tocar música de un país que no sabían que existía. Y así, cuando llevamos el espectáculo a varios países, el 40% del teatro sale con ganas de buscar música peruana. Y es que nuestra música tiene un ingrediente especial que va a capturar y enamorar gente donde sea que la toques.

Así has logrado que en el Cirque du soleil se toque zampoña y quena… Lo más chévere es que no lo hice yo. Fue Huu Bac Quach, el vietnamita de Sonidos vivos que grabó los temas para el circo. Ahora tenemos un embajador de la Marca Perú vietnamita (risas).

En el Perú, con Kuntur lograste ser un éxito de ventas. ¿Cómo explicas ese ‘fenómeno’? Kuntur es un disco con feeling que nunca fue pensado para venderse. De hecho, fue como un agradecimiento a un material que tenía ya 8 años de grabado y que me había dado mucho a nivel personal. Entonces decidimos sacarlo a la venta.

Y reventó en ventas… Sí, pero lo raro es que fuimos primero en ventas antes de que yo me hiciera mediáticamente conocido.

Ahora tu nombre es sinónimo de Perú… Claro, pero a través de los medios. La gente así me conoce hace dos años y piensa que he aprendido a tocar hace tres (risas). Me escuchan y dicen ‘esto es lo nuevo de la música peruana’. Qué nuevo, digo yo, estas canciones las tocaba cuando usaba uniforme. Para mí, el mejor halago es que la gente tuviera mi disco y no supiera cómo era mi cara.

¿A qué crees que se deba esa empatía con el público? Mis temas, al ser instrumentales, cuentan pequeñas historias con cada instrumento. Es un honesto soundtrack de algo que me invento. De pronto, cuando otros lo escuchan, crean sus propias historias. Creo que con la música instrumental puede haber un buen feeling. No tanto como una canción que te haga llorar las penas, sino como algo que te invade.

Las redes sociales también han influido… El Facebook fue mi ‘boca a boca’. Creo que es el canal de distribución más honesto. Si no te gusta, no lo pones en tu muro.

Esa honestidad se ve reflejada en tus shows también… En mis shows la gente sale ‘toneando’ (risas). Una vez hice subir a una señora que podía ser tu mamá a que dirigiera a los músicos. Lo que quiero es que la gente sienta que la música la puede tocar cualquiera. Si yo la toco, tú también. Es más, yo puedo ser tu vecino (risas).

Eso es quizá producto de tu formación autodidacta… Sí, y es que la música es realmente de todos.

Y con respecto a ello, ¿crees que son necesarias las escuelas de música? Para alguien que quiere acercarse a la música, no. Pero si te quieres profesionalizar, sí. Además, es importante que un país tenga más escuelas de música como soporte cultural.

A la luz de todo lo que te viene pasando, ¿qué es lo más valioso que te ha dado el Perú? Haber nacido aquí… aunque te suene a canción de Mundial (risas). Al Perú es a quien tengo que agradecerle lo que soy.

¿Y cómo crees que le estás retribuyendo? En nada. Voy a morir teniendo una deuda eterna con el Perú. La música me la regalaron en Huancayo, por eso la comparto y trato que la gente la disfrute.

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