Es domingo por la mañana en la ciudad portuaria de Qingdao, en China oriental. Los lugareños oyen las bocinas de los buques de carga que van entrando lentamente al puerto y huelen el suave humo proveniente de la famosa fábrica de cerveza Tsingtao. Pero para los adolescentes de Qingdao no hay tiempo para disfrutar de una cerveza en la playa.
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En el Colegio Nº 15, cerca de 2 mil estudiantes se preparan para el Gaokao, examen de fin de año que decide el ingreso del 75% de los alumnos a la universidad o su inicio como trabajadores en una fábrica. De cada cuatro pasan tres, sí, pero la competencia es durísima.
La preparación es como de ‘gimnasia mental’: repetir sin cesar las mismas lecciones y ensayar una infinidad de veces para no fallar el día del examen. Así, las jornadas son extremadamente largas. ‘Estudiamos seis días a la semana, desde las 7:30 a.m. hasta las 8 p.m.’, dice Zhou Hao (17) con su uniforme blanco y azul. Su padre es taxista y su madre trabaja en un supermercado. Gran parte de sus ingresos se destina a pagar a los tutores particulares que le han puesto a Hao.
‘Mis padres quieren que asista a una de las mejores universidades, como la de Tsinghua en Beijing o la Fudan en Shanghái, pero los cupos son muy limitados. Y no quiero decepcionarlos’, comenta la pequeña Zhou.
Zhou Hao y sus compañeros quieren hacer felicesa sus familias, en un país donde el poder se mide por la posición social. No importa tanto si los jóvenes pueden expresarse o pensar críticamente. Aunque su profesora de inglés afirma que Zhou Hao es excelente en lenguas extranjeras, Zhou se esfuerza por hablar más allá del “My name is…” o “How old are you?”.
Zhou Hao no tiene idea de qué quiere ser en el futuro. En China, las carreras universitarias no necesariamente responden a los empleos disponibles en el mercado. Pero la universidad es vista por los estudiantes chinos como una tierra de libertad y futuro.