Agresivos. Estafadores. Huraños. Enigmáticos. Los adjetivos sobran cuando se busca describir a los gitanos. O, para ser más precisos, para describir la idea mitificada que se tiene de ellos en el Perú.
PUBLICIDAD
Al pisar su barrio, que comprende las calles Espinar y Coronado en la Urbanización Apolo en La Victoria, ese prejuicio invade a cualquiera. Ellos, sin embargo, tratan de librarse de esa caricaturización alimentada por años.
‘Somos un pueblo poco entendido por nuestra forma de vivir’, dice Spico Miguel Gussieff, un joven gitano limeño. Razón no le falta. Desde la migración de gitanos ‘kalderash’, oriundos de Europa central, a fines del siglo XIX, más de cinco generaciones han sufrido persecuciones y señalamientos.
‘A veces en la calle me han insultado por ser gitana’, cuenta Abigail Gussieff. A sus 23 años, no solo ha tenido que defender una cultura que limita los estudios a solo saber leer y escribir, que promueve el matrimonio entre los miembros del clan o que preserva el dialecto romaní. Además, ha tenido que toparse con la intolerancia de los ‘gadye’, como llaman a los no gitanos.
Dedicados al comercio de automóviles, en el caso de los hombres, y a la cartomancia, en el de las mujeres, los rom son un pueblo pacífico con una marcada autoridad masculina y orgullo racial.
Pero acorde a los nuevos tiempos, no es raro ver a una gitana soltera en minifalda o a un muchacho rom conectado al Facebook. El día internacional de esta nación sirve, justamente, para demostrar que están más integrados. ‘Somos tan peruanos como el resto’, dice Spico.