El recuerdo más antiguo que tengo involucra a dos de mis hermanos y una araña. Aparentemente alertados por la presencia de la intrusa de ocho patas, Pablo y Carla saltaban de una cama a la otra entre gritos y risas. Yo disfrutaba del imprevisto nocturno detrás de los barrotes de madera de una cuna naranja. La mayor parte de los recuerdos más vívidos que tengo está concentrada en mi primera infancia. Es como si esos años de mi vida hubiesen quedado intactos en la primera casa donde viví, y a veces, estimulada por un olor, un tono de voz, una imagen, pudiera volver a sentir las cosas de la misma forma.
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¿Hasta qué punto son los recuerdos rezagos de experiencias reales? Un ensayo del neurólogo y escritor Oliver Sacks para The New York Review of Books pone a nuestra memoria en jaque. Según Sacks, nuestros más preciados recuerdos podrían no haber ocurrido, o podrían haberle ocurrido a alguien más, alguien con una profunda influencia emocional o intelectual sobre nosotros. El autor cita varios casos de falsos recuerdos o eventos que no ocurrieron como sus supuestos protagonistas los recordaban, y sospecha que sus entusiasmos e impulsos más auténticos provienen de sugerencias que le hicieron otros y que luego olvidó con el tiempo. De igual forma, Sacks descubre que las ideas también se reescriben o recategorizan, y no permanecen intactas en nuestro cerebro. Al parecer, olvidar es algo que suele ocurrirle mucho a las personas creativas. Gracias al olvido, las ideas pueden nacer de nuevo y transformarse, perfeccionarse o adaptarse a nuevos contextos.
La memoria, las ideas, son un acto continuo de creatividad. Pero de una creatividad compartida. No existe tal cosa como la verdad histórica. Mucho de lo que damos por verdadero o falso le debe por igual a nuestros sentidos y a nuestra imaginación. La única verdad que existe, según Sacks, es la verdad narrativa, son las historias que nos contamos unos a otros, que siguen cambiando según quien las cuente, y quien las oiga; historias que se redefinen, se reinventan, que nunca se cuentan de la misma manera. La memoria es, a fin de cuentas, una experiencia compartida y no esa especie de disco duro mental que con tanto recelo guardamos.
Ahora me pregunto qué habrá sido en realidad lo que ocurrió en la noche de la araña.