Por Ximena Arrieta
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Hace unos días salió una noticia sobre Avelina Villalobos, reconocida con el Récord Guinness por ser la obstetriz en actividad más longeva del mundo. Muchos se sorprenden cuando les digo que esa señora de 87 años es mi abuela. Y sí: yo soy uno de esos 9 000 bebes que mi Mama Ave tuvo en brazos cuando le dijeron hola al mundo.
La noticia del récord nos sorprendió a todos. En un almuerzo, ella nos comentó que le estaban pidiendo algunos papeles, pues había iniciado el proceso de verificación previo al título. Creo que nosotros estábamos más emocionados que ella. ‘No creo que salga’, nos decía. Hasta que un día, llegó el sobre. Nadie se lo creía y Facebook se convirtió en el único medio que pudimos usar para contarle al mundo que el Perú tenía un nuevo Récord Guinness en su haber.
La presencia de mi abuela está en cada recuerdo de mis 23 años de vida. Desde muy niña, su oficina en la clínica se convertía en un refugio para mí y mis primos. Los pasillos y sus rampas eran mi propio Play Land Park. Ella siempre ha estado ahí, con su traje guinda y su falda blanca de obstetriz. Recuerdo que me levantaba muy temprano los sábados para acompañarla al supermercado, mi paseo más esperado del fin de semana.
Los años pasaban y yo iba entrando en esa complicada etapa llamada adolescencia. Y la diferencia de edades entre mi Mama Ave y yo generó algún conflicto más de una vez, ya sea por el desorden del cuarto, por salir desabrigada a un quinceañero o porque me hice un piercing que ‘sabrá Dios cuántas cosas me puede causar’. Pero ella siempre estuvo ahí, con una sonrisa, sin importar qué tan duro fue su día en el trabajo o qué tan mala haya sido mi actitud en algún momento.
Ella nunca encajó en la idea de la abuela que se pone a cocinar, tejer o ver telenovelas. Hasta hoy, su rutina permanece intacta: se levanta a las 6:30 de la mañana, sale de casa y se sube al micro para ir a trabajar. Cuando le cuento esto a mis amigos creen que estamos locos, que cómo la dejamos subirse al bus sola, que por qué sigue trabajando, que si no le da miedo caminar sola. Pues la verdad es que no. Creo que eso es parte de su esencia: su fortaleza, su empuje, su pasión por la vida y la vocación por su carrera.
No me importa cuántos bebes vio nacer, si uno de ellos llegó a ser presidente (sí, Alan) o cuantos récords podría acumular en su vida. Para mí, Avelina siempre será un récord: un récord a la mujer más completa, a la profesional más entregada, a la madre más amorosa y a la abuela más inspiradora. No queda más que decirle gracias. ¿Si se merece el Guinness? Sí. Para mí se merece todos los premios del mundo.